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la gracia divina, hay siempre poderes que nos impulsan hacia la verdad, la belleza y el bien. DESTERRADOS, PEREGRINOS No lejos de la rectoría hay un café: «El Regreso)). Su nombre es un poema a veces lírico, a veces trágico. El regreso es el ideal, la querencia y la obsesión de miles y miles de hermanos nuestros que incansablemente añoran su patria. Sin embargo, no se piense que el mencionado café es triste. Es un local abierto al aire, a la conversación, a la vida y a la luz de Dios que llena la calle. Concurren al café «El Regreso» los empleados de los comercios cer– canos; las mecanógrafas de la oficina de al lado; las madres que acaban de llevar sus hijos a una clínica aledaña; los taxistas y los camioneros que se de– tienen para repostar gasolina y fuerzas; muchachas y muchachos del centro docente próximo; no demasiadas parejas de novios; los amigos que se en– cuentran imprevistamente o que acaban de concertar un negocio y con palmadas en el hombro se obligan a una invitación; los clientes de la barbería de la esquina: «Barbero cubano. Cortes de pelo, última moda francesa y americana)). Algún ejecutivo, asistentes de dirección, médicos, instructores de conducir, algún sacerdote. Todos van allí brevemente y buscan todo eso que se condensa en tomar un café, que no se puede desmenuzar en un artículo y que siendo más que cualquier tesoro, vale cen– tavos. En una palabra: van allí la verdadera sociedad, las buenas gentes. Pero el regreso tarda en llegar. Los exiliados aumentan. Por ley de vida hay que trabajar, acomodarse, progresar, ir a más siempre. Para estos exi– liados no cuenta el dicho romano de que «allí donde se está bien, esa es la patria». Ellos confirman que nunca se está bien del todo, sino en la patria de uno. Y la atracción invencible de esa tierra y de ese espíritu sigue, a pesar de nuevos supermercados, revalidaciones y conquistas de títulos profe– sionales, de compraventas de fincas y establecimientos industriales y hasta de los nuevos hogares, hijos y nietos que florecen en la tierra acogedora del exilio. Porque los exiliados se sienten desterrados. Según la leyenda persa, cuando vamos a comenzar a ser por voluntad de Dios, un ángel toma un puñadito de tierra de nuestra patria y la pone en el seno de nuestras madres. Y siempre, a lo largo de nuestra existencia, hasta morir, ese poquito de tierra, cargada de historia, de penas y alegrías y que ha cambiado de paisajes y horizontes, quiere indefectiblemente volver a la tierra de donde fue arrancada. Todos podemos hacer nuestras las expre– siones de Silvio Pellico: Amo todos los países del mundo; pero amo sobre todo a mi patria, a mi región, el pasiaje y el ambiente del hogar donde nací y viví mi niñez. La Salve, la oración más nostálgica y esperanzada que se ha compuesto habla de nosotros como «desterrados hijos de Eva»: desterrados que no 540

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