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EL «ADOCTRINAMIENTO» Muchos son los matices del dolor del destierro -una de las mayores desgracias humanas- e incontables sus penas de cada día. El mundo de habla hispana hoy en Miami, determinadamente el exilio cubano vive en todas sus dimensiones la separación fatal de su bella patria. Entre todas sus angustias hay una, la más fina y punzante, que pone a prueba el vigor espiritual de esas almas cristianas, pues se trata de una cuestión de cultura, de fe y de moral. Nos referimos al «adoctrinamiento», cuyos riesgos producen en sus espíritus profundo terror. Abuelos, padres, madres, hermanos, familiares de todos grados, por mil particulares circunstancias han sido separados de sus niños y niñas en– trañables, quienes han quedado más allá de las célebres «noventa millas». Esos niños y niñas, apenas llegan al despunte de la razón, habrán sido y están siendo «adoctrinados», digámoslo en una palabra, en «comunismo». Y así van pasando dos, cinco, seis años, veinte años. He ahí la punzante tragedia que sufren tantos y tantos hogares cubanos. Los familares aquí domiciliados siente en carne viva el desgarro de esos niños y niñas que van para adolescentes, para jóvenes en flor, y que se les está separando no solo políticamente, social y sentimentalmente, sino «doctrinalmente», en actitud ante la vida, en el orden de la Fe y de la Moral, los dos luminares de la vida humana. Aunque no se pueda cambiar la sangre que los sigue uniendo -que sí se puede en cierto modo- se les trasfunde una nueva sangre en alma. Al arrancar la fe de su alma, se les arrebata la admiración, el respeto, el cariño a los suyos de «otra» fe. Además toda fe arrancada deja un vacío que se llena de resentimiento. ¿Hay algún consuelo para esto?. Los creyentes sabemos que sí, porque nuestra esperanza es y se funde con la bondad inexcrutable de Dios. Pero tenemos además otras razones esperanzadoras de este mundo. No es absolutamente cierto que el «adoctrinamiento» logre todos sus objetivos. Conocemos casos, por experiencias europeas, en que produce efectos contrarios, como ha ocurrido a jóvenes y niños llevados a Rusia para adoctrinarlos y después de decenas de años se recuperaron fácilmente, porque también a esos «adoctrinados» les llegue la hora de la crisis y de la revisión de aquello en que han sido disciplinados. Hay, por otra parte, fuerzas y valores de la naturaleza humana regida por Dios, ante los cuales ninguna doctrina es capaz de imponerse del todo. Así son el sentido natural del bien y del mal; la esperanza y el impulso hacia un ideal superior; los vínculos de las relaciones personales de la sangre y del amor; la necesidad humana de amar y ser amado personalmente; el encanto de descubrir y recuperar nuevas y viejas formas de belleza y de honor, así como el suave secreto inaccesible de la intimidad del ser humano, sin olvidar las excelencias humanísticas de unas civilizaciones sobre otras. Nada de esto puede desaparecer del todo, porque tanto en la naturaleza humana como en 539

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