BCCCAP00000000000000000000550

EL CRUCIFIJO DEL «PARAD/SO» La cruz ocupa el centro del misterio del Cristianismo y se convierte en algo que asocia el paso de la muerte del Cuerpo crucificado a la vida del Cuerpo resurrecto. El Cuerpo de Cristo como Iglesia y como Unidad realiza y realizará cualquier ecumenismo, sencillamente el ecumenismo por el que porfían noblemente todos los cristianos. Hoy vuelve a divulgarse la superficial contraposición entre el Cristo Crucificado y el Cristo Resucitado de nuestra Fe. Dante nos resolvió, hace siglos, la aparente antinomia e instaló el Crucifijo» en su «Paradiso. No hay duda de que hay bellezas trágicas. La más indiscutible y aceptada, por tragedia y por belleza, es la del Crucifijo: Cristo Crucificado. Tal lo pro– claman, no sólo el dogma, la devoción y las «cruces» sobre cuerpos y tierras de vivientes y difuntos, sino de manera especial el Arte, que no ha agotado todavía sus versiones de este dolor cruento y adorable. La teología aureola el arte y el arte puja osado hacia lo divino en cualquiera de sus dimensiones. Valga recordar a Hegel, quien expone en su Estética, «De lo Bello y sus for– mas,» la doctrina cristiana: El princi-io fundamental de la creencia cristiana es que Dios es Hombre y se ha hecho Carne. En su persona se ha realizado la armonía de la naturaleza divina y de la naturaleza humana. He aquí el modelo a imitar por todos los hombres. Cada individuo encuentra en sí la imagen de su unión con Dios. Este modelo no es un simple ideal; está realizado bajo la forma histórica. Es la historia del Hombre-Dios. Entonces encontramos entreabierta la iglesia de cerca de nuestra casa. Entramos. Las sombras sedantes del templo caen sobre nosotros. La recon– ditez del Sagrario y el rojo de la lámpara eucarística nos ofrecen el punto de mira. El crucifijo no sabemos seguro si estará sobre el altar. Lo que sí vemos, apenas entrados, es el gran crucifijo que, sin función litúrgica alguna determinada, suele haber a la derecha o a la izquierda, casi en el atrio de nuestras casas de oración. El Cristo es de tamaño natural. A veces le acompañan las imágenes de María, la madre, y de San Juan el apóstol predilecto. Arden algunas lámparas. Nunca tantas como delante de otras imágenes de discípulos y de discípulas ya santificados. Y el Cristo nos subyuga, como subyugó a Unamuno: 52 Revelación del alma que es el cuerpo, la fuente del dolor y de la vida, Inmortalizador cuerpo del Hombre, carne que se hace idea ante los ojos, cuerpo de Dios, el Evangelio eterno: Milagro en éste del pincel mostrándonos

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz