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de mi sol tropical. Ritmo de mi Virgen morena, de son y guaracha, del azúcar y el ron. Estas espontaneidades pueden aparecer católicos de otras una especie de profanidad, «demasiado humana». Es mejor decir que es una bien intencionada integración entre lo humana y lo divino en estas originales circunstancias del exilio. Es, por otra parte, la manifestación de una aptitud muy actual de los pensadores cristianos cuando nos hablan del «valor divino de lo humano». En todo caso es un volcarse el alma entera de los cubanos, con todo su contenido de añoranzas de bellos paisajes y de dulcedumbre de vivir, ante la imagen recogida, pura y amorosa de su Santa Patrona, la Madre de Dios, Virgen de la Caridad del Cobre. Todo ello hay que llevarlo con ritmo. La tierra, no tan lejana y acaso más próxima de lo que se sueña, se la siente y se la huele en las cadencias del mar y de las palmeras. Para ponderar la personalidad de Cuba, bella por antonomasia, se reduplica su cubanidad y es «Cuba cubana». El padre sol la envuelve en sus oros triunfales. Las músicas y las danzas tienen la melosidad del azúcar y el imperceptible y a veces peligroso mareo del ron. Todo es muy humano, demasiado humano, si queréis. Pero es una actitud real y entrañable que viene a rendirse ante el «ritmo de mi Virgen Morena», Ese ritmo es el son maternal de las oraciones; el temblor de los cirios en el altar de Nuestra Señora; es el esfuerzo de la juventud y de la madurez por recrear una Cuba católica, laboriosa y siempre justa y alegre; es el silencio y la paz de los ausentes que se consuelan en torno al trono de la Reina de Cuba; es el latido del corazón desterrado que moviliza su sangre y su amor con el deseo de realizar del todo una vida patriótica y cristiana. Virgen de la Caridad, Reina de nuestros palmares, oraciones y cantares son amor a tu beldad. O esta otra canción: Virgen de la Caridad, Reina de Cuba la Bella, por tu hermosura y bondad eres la divina estrella de su bandera y mi alma. 533

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