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LA «CARIDAD DEL COBRE»: RITMO Y ERMITA A principios de los sesenta, un grupo de cubanos hacían surgir la idea de una ermita en honor de la Virgen de la Caridad, aquí, en Miami, esta ciudad luminosa y liberal que con tanta aproximación ha llegado al corazón del exilio. Ciertamente, no ya esa ermita, sino un santuario rico en amor y vivencias católicas existe ya en cada corazón cubano. Todos sentían que este título de «La Caridad» es -digámoslo evitando comparaciones- uno de los más bellos que puede recibir la Madre de Cristo, nuestra Seflora. Si Dios es caridad, es justo y hermoso que Su Madre participe del nombre del Creador, quien se dignó ser Hijo de María. Por eso podemos repetir el verso de Dante en el que invoca a María como: «Hija de tu propio Hijo» Este nombre de La Caridad está vinculado a la vida y a una situación real e inmediata de la mayor parte de los católicos de habla hispana en esta archidiócesis, como son los cubanos. Están ligados a La Caridad no solo por nacimiento y devoción, que va de la espiritualidad más exquisita hasta el más popular folclore, sino también por un episodio tremendo de sus exis– tencias, como es el exilio con toda su complejidad de apuros económicos, destierro, adaptación, nostalgia y alternativas de desilusión y esperanza. En realidad, «La Caridad», es actualmente la sublimación y maduración del amor y del dolor de miles de corazones que van superando así, sin prescindir de ninguna energía humana, esta etapa dramática de sus vidas. Por ello, la canción popular tan repetida como bien intencionada, repite por todos: «Quiero Virgen de la Caridad» Hoy el templo a la Caridad es santuario cubano y yanqui a María. En– tre tantas cosas buenas y bellas que han llegado de Cuba a Miami y entre tantas generosidades que Miami y su Archidiócesis americana han otorgado a los cubanos, bien está entre estos recíprocos afectos, la gracia, la in– timidad y el amor de su ermita a la Virgen de La Caridad, cuyo solo nombre es ya desinterés y poesía. El alma yanqui sajona y cristiana se complace en compartir y a veces depurar lirismos y piedades hispanas. Es muy latino, y muy cubano por consiguiente, mezclar las cosas terrenas con las más ín– timas del alma y con las realidades sobrenaturales de lo divino. Este fenómeno se advierte especialmente en su poesía y en su música. En el seno de una familia cubana en el exilio, en un ambiente de hogar, de buen humor y de risueflo sentimentalismo, se improvisaban estos versos y la música de esta canción, ejecutada inmediatamente a la guitarra: 532 Ritmo de mi tierra lejana de mi Cuba cubana
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