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de moda en escenarios y tablados del mundo; y, como nota muy personal de esta «Añorada Cuba», una cierta gravedad en blanco y negro que, junto con la piedad mariana a la Virgen del Cobre y el grito imperativo de «volveremos», sitúan al cubano en su ya larga experiencia de exilio. Por último, como fe y esperanza que siguen siendo realidad, el estallido reiterativo, variado e incansable de «la comparsa» final que abre, como un abanico ante el cielo y el mar, el alma cubana cuyo tesoro la humanidad no puede resignarse a perder. BJLINGUISMO Por documentos oficiales de nuestra ciudad y de nuestra archidiócesis consta el reconocimiento de que este territorio determinado de la Florida vive una población católica bilingüe. Relaciones humanas, medios de comu– nicación familiar y social, letras impresas y palabras y, por consiguiente, culto, sacramentos y plegarias ascienden al Cielo en dos lenguas, que, por su origen, por su extensión y por sus obras de arte han obtenido el reconoci– miento universal de dos lenguas importantes. La realidad es que nos dirigimos a Dios, igual que a nuestros seres queridos y entrañables en la lengua o lenguas que la Providencia, sin nuestro concurso inicial, nos dio como expresión de nuestra capacidad de adoración y del amor y del sencillo y cotidiano convivir humano. Hemos, pues, de aceptar con gratitud y esfuerzo, el honor, la belleza y la alegria de dar culto a Dios y rendir cortesía y amabilidad a nuestros her– manos en dos lenguas ilustres, además de la sagrada del latín. Como decía Goethe, conocer y practicar varias lenguas es poseer varias almas, ya que la dignidad inmortal del alma humana con nada se expresa mejor que por medio de la palabra. A veces quisiéramos tener y ser muchas almas para alabar a Dios como se merece, para encomiar la magnitud y belleza de las obras de la naturaleza, del arte y del hombre y para hablar a nuestros familiares y prójimos en todas las dimensiones de su espíritu y del nuestro. Pero no podemos ser más que un alma. En cambio, podemos poseer varias lenguas y aumentar nuestras capacidad de expresión en varias lenguas, como está haciendo la nueva liturgia. Multiplicadas nuestras facultadas de expresión, podremos rendir a Dios y a nuestros con– ciudadanos respectivamente una adoración y una cortesía dobles en las dos lenguas de nuestra archidiócesis: el inglés y el español. En este sentido no se trata solo de una demostración de cultura, de bondad y de espíritu abierto, sino también dt'l cumplimiento de un deber ministerial y afectuoso. El esfuerzo que ello implique se convertirá así en manifestación ascética y mi– sionera del espíritu conciliar y católico de la perenne modernidad de la Ig– lesia. 531
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