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menos, el mismo Fausto habria encontrado aquí el ritmo de la serenidad, sin prisa y sin adioses. El lenguaje americano ha hecho de la palabra Florida un dáctilo, pues la dicen Flórida. La frecuentan anualmente 25 millones de visitantes -tres veces más que sus residentes- quienes invierten unos 5 mil millones de dólares. Su costa se llama de Oro, no sólo por las naranjas y el sol, sino por sus 5 mil kilómetros de litoral entre el Atlántico y el Golfo de Méjico, por sus 30 mil lagos y 1711 kilómetros de ríos y canales. Los famosos Everglades, 13 mil kilómetros cuadrados de marismas y jungla, plagadas de animales y aves acuáticos, constituyen fantástico parque nacional. Luego, el Sur parece desflecarse en los Cayos, cuya sarta de islas se entrelazan con puentes, el mayor de los cuales forma el viaducto más largo, 11 kilómetros, hacia Cabeza Vaca. En torno de las islas palpitan arrecifes de corales vivos y el parque submarino de John Pennekap, no lejos de donde sostuvieron sus andanzas los Piratas César Le Noir, Tavernier y el español José Gaspar, que se prendó de la Isla Sanibel -Santa Isabel- en recuerdo de la Reina Católica. MIAMI, «CIUDAD MAGICA» El corazón de la Florida se llama Miami -del vocablo indio que significa «el agua grande»-. Hoy Miami es no sólo un «sueño mágico», sino el modelo ideal y copiado de la vida placentera. En su Seminole Okalee Indian Village se puede revivir algo de las aldeas, vida, artesanía y costum– bres de aquellos indios que encontró Escalante de Fontaneda al arribar aquí por el año 1545. Esta ciudad, de apenas setenta años, es una urbe primaveral de una especial primavera que no se puede describir sino como una delicada y sofisticada mezcla de las cuatro estaciones, sin ser ninguna de ellas. Ciudad, hechizada de esencias, goza de belleza suavemente tangible de inmediato, y ofrece un doble aspecto o dimensión. Es, por un lado, el corazón alegre y brillante de una ciudad de descanso y relajamiento. Y es, a la vez, la capital nerviosa, económica y financiera de todo el Sur de la Florida y de buena parte del Caribe. No hace muchos decenios figuraba entre las pequeñas villas como las del Oeste o del Sur, de madera y ya quietas en su sopor. Hoy, si un Rip Van Vinkle surgiera de repente de su crisálida, apenas podría creer a sus ojos al ver este actual Miami «de mano encantadora y cálido cora– zón», y que encara espléndido e inmediato futuro. Todo se viene haciendo en ella de suerte que resulte grácil para la juventud y sobre todo para la ve– jez, ya que docenas de miles de ancianos, principalmente de los casi fun– dadores de esta ciudad, los judíos, que así la concibieron para invernar, y que encuentran en ella la serenidad de la jubilación, el retiro y acaso el renacimiento. Miami Beach, de seducción universal, emporio de islas y de pirámides luminosas de hoteles mastodónticos, podrá renovar los años 525

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