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Sigue siendo enigmático el sentido de aquel pronóstico de Rojas: «El movimiento religioso que tiene porvenir en Suramérica es aprender a discernir entre Jesús como «Cristo», y la de Cristo como «Jesús», una relación con la vida y el pensamiento en su plenitud o integridad». Parece una esperanza y una solución justa y acaso ya actual. La frondosa serie de «los nombres de Cristo», sus delicadezas y excesos en las intimidades españolas siempre serán menos que las delicadezas e in– tensidad de sus vivencias reales, en cada hora. Se acrecientan con ilumina– ciones y trances de hombres y mujeres, en comunidades y grupos en gestos y anécdotas que humilde y teológicamente pretenden realizar a Cristo, o más bien, son hechos que el Verbo sigue verificando en su Humanidad, que es la nuestra. Por extraño que parezca, y como puede deducirse de los Heterodoxos de M. Menéndez Pelayo, ha persistido en lo español, desde la Reforma, si no la batalla y la vocación de protesta, si la simpatía por la denuncia y la desidencia, no por mínimas, menos significativas. El actual ecumenismo, el postconciliarismo y el secularismo, en cuanto valuables, suponen una especie de nostalgia, de sueño inoportuno de pro– fundización erasmiana y a la vez puritana y renacentista en cada espíritu carranciano. La pretendida decadencia de la teología dogmática y mística en las Españas recientes, anteriores y coetáneas de las repúblicas efímeras y los nuevos movimientos justificados, promovidos a seguida del Vaticano Segundo, no son ya el Cristo Tangerino o Ibérico, de una y de otra orilla atlántica. Está en boga otro Cristo, como el que vaticinaba Unamuno «echador de los mercaderes del templo y que agoniza en Getsemaní». En realidad todo esto es superficial, periodístico y versátil. Acontece ahora mismo el «otro Cristo español»: el de Raimundo Lulio, universal, católico, de Oriente y Occidente y a la vez medieval, misionero cultural y poético; el del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, superador, realista e intimista como ninguna otra fantasía hindú o californiana; el deJa dinámica del Crucificado resuelta en Resurrección; el de las Moradas de Santa Teresa. El Cristo de la experiencia y de la historia, de la fe y de los diarios de las pasiones y los éxtasis, el cual Cristo sigue verificando su En– carnación, su compromiso divino de ser humano y sin que nada humano planetario se le sustraiga. 522
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