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terpretarse esa versión extraña y viciosa de pensadores latinos, como coin– cidente en esto con la de algunos estudiosos anglosajones, según la cual «el Cristo Católico traído por España a las Américas es un catolicismo anticris– tiano», por el mero hecho de las variantes que predominan. Algunos pensadores latinoamericanos señalan dos características al Cristo ibérico-criollo. La primera es falta de humanidad, de adultez. Es un Cristo siempre niño o siempre muriendo: sus dos formas dramáticas y emo– cionales. Pero hemos de notar que precisamente estas dos formas dramáticas, se fundan y justifican en dos razones teológicas, episódicas en Dios: dos maravillosas liturgias: la Encarnación y la Redención. Y la otra característica es el quedar postergada la válida consideración: Cristo Resucitado, Rey y Sacerdote, Hermano eterno, normal, cotidiano, a la derecha del Padre. Los matices abismales de estas simplificaciones, ingenuas, sofisticadas y sectarias, carentes de formalidad, culminan y se superan ahora en la cris– tiandad nueva. Esta clama y exhibe el Cristo Absoluto, tal cual tiene que ser y vivirse en su plenitud histórica, actual y eterna, verificándose siempre. Y es aquí donde confluyen Cristo hispano y Cristo yanqui. El referido Ricardo de Rojas piensa de Unamuno: «Con el advenimiento de este hombre, el Támesis y el Rin, el Sena y el Tíber, para no hablar del Mar Egeo y del Lago de Galilea, comenzaron a fluir en las tranquilas y suaves corrientes del Tormes». Entre sus ideas, son básicas: la idea de vocación y de misión, y la de agonía, entendida como lucha permanente por vivir para siempre. Dio muestras de vivir, sentir y expresar con lealtad su cristianismo, su religión particular. Por su problemática religiosa y aún devota, no es extraña a la que se sintió en los Estados Unidos por los años sesenta, dada la idiosin– crasia democrática e individualista de esta país, Unamuno es personaje e ideólogo prominente y curioso en medios yanquis universitarios y literarios– filosóficos. Y lo que es más llamativo y comprobable: entre gentes piadosas, católicos y protestantes, de tipo medio eclesial, que ven en él muchas afinidades de alma. Su Cristo ibérico, venido a ser Cristo actual español, probablemente ya rebasado y superado por la intimidad juvenil de ahora, sigue siendo tal en las Américas, donde quedan epígonos más visibles que en España del catolicismo más difuso. Cierto que sobreviven actitudes parásitas y como posiciones más o menos anticlericales: resabios de rebeldía, enciclopedismo, postivismo, romanticismo, y de atracción por el esoterismo oriental y espiritista. En todo caso, son movimientos muy para tener en cuenta los cuatro más representativos de la nueva Hispanoamérica: el indigenismo, la liberación en todas sus acepciones, un ecumenismo de vario signo entre los cristianos y la relumbrante obsesión social 521

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