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tiandad, que puso más fe «en la superviviencia que en la existencia humana». CONJETURAS DIVAGANTES PARA PENSAR Las versiones divagantes sobre el catolicismo espafiol y de sus represen– tativos alcanzan límites pintorescos, aunque no carentes de cierto fun– damento en la realidad, en la historia y en los suefios. Así se habla de «anima naturaliter ibérica» de San Ignacio, aunque sería, más bien el «anima naturaliter basca», como la de Unamuno, sin dejar de ser quizá más ibérica por la procedencia ibérica del Cáucaso, que algunos sefialan como partida del pueblo de Euskalerria. En todo caso, para los latinoamericanos y para los norteamericanos y anglosajones de cualquier parte del mundo, tanto San Ignacio como Unamuno, el Cid y Pío Baroja, pueden pasar por celtibéricos en el más abundoso sentido de esta palabra. Aunque menudean las recíprocas recriminaciones entre los iberoamericanos, igual a las que hoy mismo persisten entre los modernos hispanos de aquende y allende el mar, lo que es cierto es que unos y otros aceptan razones místicas y religiosas para el descubrimiento, conquista, liberación, venturas y desventuras del «suefio» espafiol. Persisten las glorias y pesadumbres de la Cruz y la Espada, de la Ultima Cruzada -siempre hay última, como la más reciente-, pero en particular, de aquella otra larga Cruzada, terminada en el mismo afio del descubrimiento con la conquista de Granada, y el principio del establecimiento relámpago en múltiples na– ciones del mundo, apenas en sesenta afios, que justifican de manera dramática y fulgurante, el carácter para la historia de los Reyes Católicos y de aquel Felipe II, «faraón espafiol, que con el oro de las Indias, construyó su propia tumba en El Escorial, sepulcro de la gran ilusión de Espafia», y encajó el hundimiento de la Armada Invencible. El iberismo de Unamuno acepta de su amigo el portugués Guerra Jun– queiro la idea, un tanto rebuscada, de la africanidad del Cristo espafiol: el Cristo Espafiol nació en Tánger. Y va más lejos. Llega a identificar la fe popular de los musulmanes y la fe de los católicos espafioles. (Véase «El Cristo Espafiol» en «Mi Religión y otros ensayos».). Don Miguel recordaba su diálogo con un jesuita, quien le hablaba de la imposibilidad de convertir moros y musulmanes: ¿Cómo espera convertirlos, si ya están convertidos?. Su vida popular de la religión es igual que la nuestra: Dios, inmor– talidad, cielo. Mucho antes, en 1830, el sacerdote Juan Ignacio Gorriti, en su libro «Reflexiones», escribió sobre la Iglesia en Argentina y acerca de la con– vulsión interna en las Américas, considerándola como más internacional 519
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