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cia de que lo que ofrece es un estudio sobre la historia espiritual de Espafia y Suramérica, se resalta: El llamado «poder del Continente Africano», que ya Keyserling tenía en cuenta, es ingrediente, en alguna proporción, del ser hispano, de suerte que Unamuno se gloriaba de su iberismo africano, quizá más por razones temperamentales que por su biología vasca. Ese iberismo africano se caracteriza por dos notas: el individualismo y la dificultad para el sentido social. Según el autor John A. Mackay, en Suramérica el elemento ibérico es fundamentalmente espafiol, mientras que el aporte portugués, también con– siderable, ofrece variantes. El espafiol siente el patriotismo como siente el amor: en forma de pasión. Asimila el objeto de su amor y lo hace suyo. El espafiol no pertenece tanto a su patria como la patria le pertenece a él, como piensa Madariaga. De modo parecido la pasión de los espafioles por la Igle– sia Católica Romana los convirtió en fieles guerreros que asumían a la Ig– lesia; a la vez que sus místicos, los más intensos individualistas, parecían realizar la religión más allá de sus estructuras. No es extrafio que el Cristo hispano se haya expresado de manera decisoria como Cristo paciente, como Crucificado, y como tal lo haya descrito a principios de este siglo, el poeta venezolano modernista, Arreaza Calatrava, en su soneto «El Cristo Espafiol, Cristo de Velázquez»: Lívido, exangüe, como en un sombrío retorcimiento de africano infierno, bafiado en sangre negra. El lado tierno del costado vomita un ancho río. En esa carne tallo el duelo mío, mártir de amor y odio, duelo eterno, que en el Cristo espafiol mi ser interno en oración que suena a desafío. Sobre la faz enjuta y denegrida, círculo infame en tétrica marafia anticipa tormentos de otra vida. Y en esa inmoble majestad hurafia tres hierros perpetúan la encendida guerrera paz del corazón de Espafia. No falta verdad en ese pormenor, trascendente y constante, de «la encendida guerra del corazón de Espafia» que viene a coincidir con su cris- 518