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La opinión pública -tanto de Europa como de Norteamérica– está poco enterada de los problemas de América Latina, los cuales, en el mejor de los casos, están encuadrados en los fáciles tópicos folclóricos a los que han otorgado una imagen tan falsa como sugestiva, el cine, la música y las costumbres. Lo cierto es que actualmente percibimos en todos los movimientos religiosos de Estados Unidos la limpidez de una nueva línea de pensamiento y acción, de edificación recíproca y fraterna a escala teológica y humanística que influye a través de todos los medios de comunicación, de cultura y de espiritualidad, y que está definiendo nuestra vida católica en las Américas, de siempre ecuméncias y abiertas a Oriente y Occidente. Prueba de ello son actitudes leales de las entidades religiosas a todos sus niveles. Los religiosos misioneros de Maryknoll, por ejemplo, se preguntan en una de sus últimas reuniones como expresando un estado de conciencia afirmativa y hasta de activa humildad: Estamos ante un desarrollo de la Teología de la Liberación que procede de Latinoamérica, donde podríamos lograr la ayuda de los expertos locales, quienes podrían capacitarnos para poner– nos a la disposición de la Iglesia local y, en definitiva, nos ayudarían en nuestra formación. Debemos estar en actitud de preguntarles cuestiones acerca de nuestra misión para servirles lo mejor posible. Más recientemente, es la actitud de la Conferencia Católica Norteamericana, de la que nos informaba la prensa: La Conferencia Católica Norteamericana responsabilizó al Gobierno y a las grandes empresas de los Estados Unidos, de llevar al fracaso las pro– gramas de asistencia y las relaciones con América Latina, por no haber comprendido la naturaleza de sus problemas. El presidente de esa Con– ferencia, Luis Colonesse expuso: Los católicos norteamericanos, preocupados por el futuro de la Iglesia, deberían mirar hacia América Latina para apreciar una «nueva Iglesia emergente». Tenemos mucho que aprender de los esfuerzos de la Iglesia Latinoamericana en los campos de las reformas socio-económicos, de asistencias a grupos alienados y minoritarios. Es obvio que esta actitud ha de ser recíproca, es decir: las Américas deben darse y recibirse en la generosidad de sus tierras y gentes juveniles. Surgen doquiera indicios y propósitos de que las Iglesias del Norte y del Sur del Continente americano recitan esta palabra ¡ Latinoamérica, Latinoamérica!, particularmente después de la visita de Juan Pablo II y 515

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