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deformada y hasta malintencionada. En todo caso, uno de los defectos que se señala a la nación yanqui en sus actitudes hacia sus vecinas del Sur, es el de la ingenuidad autosuficiente. El norteamericano medio, por su parte, parece no saber encajar cual– quiera interpretación no halagüeña que se haga de su país y de su patrón de vida. La señora Dianne Duggan, ama de llaves de la rectoría católica de la parroquia de Saint Mathew, altercaba moderadamente con la señorita Luisa, enfermera cubana, recién llegada al «exilio)). Esta difícilmente asimilaba los problemas de la adaptación. Y explotó así en un momento de «emoción latina»: ¡En este país no hay quien viva! Y ¿esto es Estados Unidos? La señora Duggan se quedó estupefacta. No de ira, ni por desdén. Sino simplemente porque para ella, honrada y modesta americana católica, de ascendencia irlandesa, todo juicio adverso hacia su país, Estados Unidos, es absurdo. Y beatíficamente arguyó a la señorita Luisa: ¿Pero todavía no se ha dado cuenta usted de que la Divina Pro– videncia la ha tratado de la mejor manera posible al convertirla en inmigrante de este país, el más poderoso y adelantado el mun– do?. La cosa no es tan simple como se pudiera deducir de este enfrentamien– to sin consecuencias. Porque estas simplificaciones no son privativas de las buenas comadres de todo el mundo, sino que adquieren categoría infor– mativa, documental y más que folclórica entre los intelectuales y reporteros, sin excluir el campo de la vida y comunicación religiosas. Los noticieros europeos inciden en las mismas interpretaciones sumarias acerca de lo latinoamericano cuando se refieren a la religiosidad católica de esta parte del sur del hemisferio. He aquí una estampa, que Grozzer nos repite a la vez que denuncia: 514 Violencia y piedad, feroces y píos. ¡Qué título en los diarios y revistas europeos para describir esta mescolanza de violencia y piedad!. No hay bandolero que no muera con su santito en la cartera, no hay fusil del que no cuelgue la medallita sagrada. En la iglesia la gente se arracima ante un Cristo bajo la cruz, escultura macilenta de la más cruda tradición española: un sím– bolo que recibe más adhesiones que todos los demás santos de la magnífica iglesia del siglo XVII. Y se reprocha a la vez:
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