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nariz, pueden helarme o freírme hasta el llanto y el grito. Aún entonces, clamaría al cielo, aunque no sé por qué: Le quiero ... le quiero ... » (De «El Hombre de la Mancha»). He ahí algo de los sueños y realidades, embrujos entre Estados Unidos y España, extrañas afinidades electivas que pueden verificarse a través de músicas y versos; y también entre piedras monacales, gracias a despistes españoles y a osadías del dólar, y que la historia y el turismo pueden conver– tir en meditación sin reglas de tiempo ni de espacio. Tal es el caso del Monasterio Cisterciense Español, del siglo XII, en la Florida, tres centurias antes de Colón. A la vuelta de una esquina de Miami, a ochocientos años y miles de millas de su hora y de su sitio, nos encontramos con el Monasterio Cisterciense de Sacramenia, Segovia, España, de donde lo adquirió y llevó piedra a piedra un potentado del periodismo yanqui, William Randolph Hearst para instalarlo en el Sur de la Península de la Pascua Florida, de Ponce de León. Aunque entonces no se lo podría imaginar, ahora ya lo sabe y cierto que se alegra Don Fernando VII Rey de Castilla y León, cuya piedad y victorias se perpetuarían en aquel monasterio de los hijos de San Bernardo terminado de edificar en el año del Señor mil ciento cuarenta y uno. En torno al monasterio hoy se adormecen los ruidos, los colores de las flores y de los pájaros brillantes se clarifican intensamente bajo el sol floridano, mientras -no hace falta imaginarlo- los monjes cistercienses pasean sus claustros y jardines y rezan sus oficios divinos y sus padrenuestros, -aunque las personas que vemos se nos antojen turistas-, y meditan, como siempre, los inesperados y bellos caminos del Señor. ¡LA TINOAMERICA, LA TINOAMERICA! Esta doble exclamación saltaba de las pagmas de un modesto semanario católico yanqui que lleva el título de «Amor Divino». La repetición de este claro nombre Latinoamérica -Suramérica, Iberoamérica, Amerindia, Hispanoamérica, Indiohispania - tan discutible hasta por morfología, no implica ni exaltación ni reproche. Es constatación de su interés y prestancia. Cualquiera que viaje por continentes o por libros, por sistemas o por almas, habrá comprobado que es tarea difícil y arriesgada formar cual– quiera clase de juicio, sobre todo si es crítico, sobre lo extranjero que obser– va. Esto no impide, por otra parte, que los enjuiciamientos más cáusticos sobre el país, de los nativos de esa región. A ello tienen-~'"'~~"· y exclusivo derecho. No debe extrañarnos que la visión general que de la América Latina se da en la del Norte, le resulte a la del Sur infantil, parcial, si no injusta, 513

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