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hasta el punto de estudiarla, comprenderla, asimilarla y, lo que no es tan inesperado, para soñarla. EL SUEÑO YANQUIESPAÑOL Si, sueño: palabra e idea tan encarnadas en el devenir político-social americano y que solo superficialmente puede parecer que contrasta con su dichoso «espíritu práctico», tan lleno de elogios como de desdenes. La con– currencia de tales valores es lo que lleva al americano sencillo, campechano, y al americano estudioso a admirar a revivir en sus ocios, en sus divertimien– tos líricos y en su imaginación y en sus paradas, la triple especie de Dulcinea, Sancho y Don Quijote. Los yanquis han recreado una España, no de toros y panderetas, sino una España exótica y radicalmente metida en las tardías andaduras colonia– listas y civilizadoras de su Unión. Al fin y al cabo, también los españoles necesitamos contemplar a España como exótica para alcanzar su dimensión íntegra; aunque para ello tenga que ocurrir el destierro o la emigración más o menos absurda. Entonces ¿no será que los americanos del Norte, con– tagiados de su profundo Sur echan de menos y descubren en su propia alma histórica, pasada y actual, la tripleta mágica cervantina?. Así se explican en «El Hombre de la Mancha»: Yo soy Don Quijote, Señor de La Mancha. Yo soy el debelador del mal. Marcharé al son de la trompeta hacia la gloria, al triun– fo o a la muerte. Oidme, malandrines y encantadores, brujos y dragones del pecado! Vuestras cobardes fechorías desaparecerán. Comienza la empresa santa, y, al fin, la virtud triunfará. Es la presentación de Don Quijote, -¿O el Tío Sam?- y Dulcinea -en ella se refunden Maritornes y Aldonza- que ha oído aquello del caballero: «Deja siquiera que mis dedos vean que eres cálida y viva, y no un fantasma que se desvanece en el aire. 512 Se pregunta desorientada y seducida: ¿Por qué dice él las cosas que dice? ¿Por qué, por qué las dice? Eso de «suave Dulcinea», y lo de enviarme «misivas», y cosas así. Nadie puede ser lo que él sueña de mí. ¡Oh! ¿qué es lo que quiere de mí? Sancho, por su parte, lagrimea de emoción: «Le quiero, realmente le quiero. No tengo ninguna verdadera razón, ningún por qué ni para qué. Pueden achicharrarme la

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