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UN MILLON DE MARIPOSAS YANQUIS PARA ESPAÑA En realidad, estas mariposas de que habla el poema son suramericanas. Pero llegan trémulas sobre versos que así trenzan hilos de historia y de acaso de rivalidades y atracciones, entre las gentes de los dos Océanos, Pacífico a través de las armonías colombinas del innumerable mediterráneo en el Nuevo Mundo. Un millón de mariposas se levantan de Suramérica y vuelan, aureo torbellino, hacia España, hacia el Este. Leyenda siempre renovada, brillante nube ambarina, empujada hacia el hogar, desde que los conquistadores, seducidos por el eterno brillo, lograron, por bagatelas, un haz de llamas. El sentido ambiguo de los versos resume una actitud, algo difusa, del yanqui hacia España, mezcla de admiración y recelo ante «la diferencia)) y ante la controvertida personalidad árabe medieval, pero, en cualquier caso, caballeresca para los incontables Washington lrving que se instalan en Alhambras de campamentos y sueños del Oeste y del Este. El mismo necesario empleo de la palabra <deyenda» induce a pensar en el concepto imaginativo que sobre España aquí priva y que, por supuesto, se aparta de cualquiera alusión a la «leyenda negra» de otras latitudes, incluidas las más ibéricas. Aquí la «leyenda» apunta en otros versos a esas mariposas seduc– toras y gráciles que han atraído siempre a los imperios más augustos de la historia, los cuales comerciaron, enseñaron, y promovieron naciones ri– quísimas de espíritu, y luego, purgaron su majestad y su pesadumbre en serenas culturas. Las referidas mariposas son las aladas pepitas de oro que se apresuran hacia España: Las que, al volar, por un momento fingen sobre el océano un campo de muerte: oro sobre el mar. (Poema «Annual Legend», 1940, de Windfield Townley Scott) Es en todo caso leyenda áurea, esotérica, melancólica y con mariposas. Ese «Eastward» con que se designa el hispano hogar oriental, quizá ar– moniza con el mucho menos gentil «go home yankee», que los americanos van llegando a comprender, de tanto verlo y oírlo al borde y a lo largo de su imperio ultrajado, no agradecido, tierno y lleno de honor. De alguna manera, españoles y norteamericanos fraternizamos incluso con escándalo reciproco, en la leyenda. Ello se desprende de las ingenuas reacciones y de las confidencias de persona a persona y de las investigaciones y actitudes académicas de historiadores e intelectuales que, desde California a Madrid, profesan hispanidad católica, isabelina y ponen de relieve el paralelismo en– tre su leyenda y la nuestra. Más aún: al yanqui le intriga la «diferencia» 511

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