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del pueblo llano, un rector «cristiano» no puede manipular las libertades de su pueblo». ESPAÑA CA TOLICA, DIFERENTE Ya en el campo religioso, al católico yanqui le gustaría verse ejemplarizado en el catolicismo español. No dejan de impresionarle nuestras conmociones posconciliares, de apariencias agrias, las crisis y descenso de vocaciones sacerdotales y religiosas, y la reducción de la asistencia de los fieles a los sacramentos, ritos y devociones. Todo lo cual ocurrió también entre ellos. Pero «en la católica y piadosa España» no se lo figuraban. Como a todo creyente, les complace verse identificados y descubrirse en gentes de diversas nacionalidad y cultura, con énfasis especial en su herencia hispánica, y reiterar su mismo credo, su civilizada vida de piedad, de culto público y multiforme. El viajero o residente provisional norteamericano que columbró España, desea volver a su terruño de los Estados Unidos, que obviamente le reclama con valores acendrados y más sentidos. Ello no impide que, al dejar España lo sienta. Será más que nada por pequeños detalles que quedan para siempre, que la placentera curiosidad vivió un momento, y que no com– promete. En España perciben algo «diferente», que les inquieta y deleita con sobresalto genuino. Piensan en la misión de los pueblos diversos. Descubren parte de la tarea histórica de España y la confrontan con la de su país ahora. Reconocen que este gran trozo de Iberia es patria también para millones de gentes en las Américas, otras inacabables Américas, las cuales controvierten la piel de toro, siempre a punto de entrar en crisis, a la vez que padecen a esa «madre patria», la gozan y la reproducen, depurándola, por necesidad juvenil. El español es indeciblemente cortés -decía un americano-, pronto a ayudar al extrajera. Es respetuoso; pero mira siempre a los ojos. España se sabe solidaria y consanguínea de nacionalidades hermanas que bullen en América del Sur y del Norte. Vive el rubor maduro como de no haberlas formado adecuadamente -¡tanto se lo reprochan!- y de haber dejado, no muy complacidamente, patrimonio y herencia de defectos y virtudes corregibles y perfectibles, y que surgen en amor violento, al menor contacto de palabra, de contratiempo o de ventura. Y queda siempre otra España. La España sumergida, submarina del Caribe, del Golfo, y de la Costa Californiana o del Pacífico, que siguen descubriendo y exponiendo los yanquis: la España de los Estados Unidos, la de las carabelas, galeones, fragatas en la profundidad de sus mares. En cada una de éstas, enriquecedoras, subsiste, según el mismo James Michener, 508

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