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despierta la inteligencia, la industria, el bienestar, la literatura y las artes, lo cual constituye un premio providencial para el espiritu. Pero, al mismo tiempo y en el mismo grado, aprecia lo romántico y lo castizo, lo medieval de ciudades y gentes de aire antiguo, que, por contraste, le hacen revivir sus propias ciudades jóvenes incipientes formadas en menos de dos siglos. Por ello les extraña que algunos españoles no aprecien en Avila, Segovia, Soria el sosiego, la medida para el hombre, las quietudes de los claustros, palacios y casas solariegas, sus catedrales con perfil y garbo de fortalezas, nada aerodinámicas, sin aluminio ni vidrio, salvo el de sus vidrieras. En Avila se adivinan los trovadores. En los restaurantes, a los yanquis nos asoma la nostalgia de la patria cuando solicitamos música norteamericana y escuchamos algo que se parece al «Yanquee-Doodle». Pero la mente yanqui busca lo típico español, como lo es de manera ilustre, la Puerta del Sol de Madrid, nombre que paladeaba deliciosamente un filólogo yanqui turista: nombre musical, propicio al trajín y a la sabiduría provincianos de las dos Castillas. En esta plaza, «puerta al sol», otro visitante yanqui observa una cola, no a la entrada de los grandes almacenes ni en las paradas de los autobuses, sino ante las taquillas de las loterías, que movilizan el capital ibérico popular. SALAMANCA: ROMA CHICA Por el puente romano entran en Salamanca, «Roma la chica», «Atenas castellana», en las márgenes del virgiliano y unamunesco río Tormes, de Fray de Luis. El yanqui que va de paso recuerda el tópico estoico y cris– tiano, que se aviene a la perfección con la imperturbabilidad norteamericana. En una mañana de diciembre de 1571, el teólogo, escriturista y poeta, catedrático, el más grande humanista español, entró en el aula, se acercó al atril, todavía hoy enhiesto, y pronunció su frase, sin cuidarse de ella: «Como decíamos ayer. .. » Reanudaba así la lección en el punto mismo donde la dejó cinco años antes, cuando fue detenido y en– carcelado por la Inquisición. Por entonces, la universidad de Salamanca tenía miles de alumnos, que estudiaban el saber divino y humano en el aire renovador y estimulante del Renacimiento y la revuelta de la Reforma. No muchas décadas después, los alumnos habían descendido a 800. Las matemáticas y la medicina cesaron de enseñarse, y las aulas que habían competido con las de Paris desde el siglo XIII, quedaron casi silenciosas. ¿Qué había arruinado a Salamanca, la joya más brillante de España? Contesta el mismo visitante. Hubo desde luego persecuciones y hubo inquisición. Pero Michener atribuye este declive: 506

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