BCCCAP00000000000000000000550

parecidamente trascendentales para susto y pasmo de la humanidad. Cruza la mente la idea de que así como la paz romana y helenística facilitaron una geografía universal entonces para el cristianismo, acaso también la paz americana -cuando sea-, más potenciada aún, en medios de co– municación social que en poderío económico y técnico, pudiera suscitar una nueva coyuntura del Evangelio de Cristo. Por ahora estos americanos, cuya veteranía y jubilación les permiten visitarnos no piensan en tales disquisiciones. Recuerdan acaso sus residen– cias de retiro, comunales o privadas, sus aventuras por tierra, mares y espacios, sin darse demasiada importancia y sin creer bajo ningún aspecto que aquellos tiempos hayan sido «los mejores de nuestra vida». Al americano lo que le queda de las guerras no es orgullo ni tedio. Es algo sutil muy semejante a la serenidad y un humor en calma, siempre sonriente. Su retiro es sosegado, curioso todavía de paisajes y rostros que hay que inven– tarse siempre sobre la tierra. En Mérida reviven a los viejos soldados de la quinta y décima legión romanas, que aceptaron fincas y derechos, tierras extremas de «Extremadura». A James Michener los horizontes extremeños y lo «asomatraspón» -es decir: lo que le ocurre al andariego que a través de leves ondulaciones del terreno, por bajos y entre chatas colinas, le encubren y descubren alter– nativamente, se le ve y no se le ve- le sugieren los «descubridores y con– quistadores» que aquí en Estados Unidos, en general, con sobria justicia, son muy admirados. «Los conquistadores no fueron señoritos «dandy» de Toledo y Sevilla, sino rudos y sufridos campesinos de Extremadura, que fueron culpables de atrocidades, pero tuvieron el empuje de labrar el puesto de España en el Nuevo Mundo. De Extremadura salieron Valdivia para conquistar Chile; Pizarro, de Trujillo, a dominar Perú; Cortés, de Medellín; y Balboa, de Jerez de los Caballeros. Tanto los antiguos legionarios romanos, muchos de ellos nativos de España, como los conquistadores, fueron, por algo más que coincidencia, «hombres-aves de casco y plumas», empenachados. Habían salido de estas colinas descarnadas entre ríos flácidos, que crearon hombres de fortaleza, tesón, y astucia». Con experiencia yanqui, en Extremadura, uno llega a palpar las raíces del impacto del Viejo Mundo sobre el Nuevo, acaso porque esta tierra les resulta sobria y clara, como la historia del primer paso en la luna. CREDOS Y A V/LA: EL PASTOR CELTIBERICO Hacia Gredos, por Avila, al viajero yanqui le sucede algo chocante y 504

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz