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ción y su encanto por la saga nacional. Al norteamericano España le reconstruye la andadura romana, como precedente de la suya yanqui y la de los españoles hacia el Oeste. Los camiones llenan las pistas en lugar de las legiones de hace dos miraños, así como los carromatos en caravana del siglo pasado hacia el Pacífico. Sombras de emperadores como César, Trajano y Adriano vagan y se corporeizan en Sevilla, Itálica, Mérida. Los romanos dominaron esto y tomaron de aquí esclavos, mineros y soldados. También desarrollaron gobernantes, juristas, ideólogos, intelectuales y artistas: los dos Sénecas, Lucio y Lucano, el poeta que conspiró contra Nerón. Marcial, el epigramático,y Quintiliano, quien nos enseñó cuanto sabemos acerca de la retórica. Roma hizo buen uso de las colonias españolas, a las que con– sideró como las más valiosas y fiables. De Sevilla, los yanquis captan a la primera los brillantes tópicos de la ciudad de la luz, el ardor libre esquivante de su música «las sevillanas, su danza versátil y firme)), el hierro y la rosa de los canceles del barrio de Santa Cruz, su Semana Santa y su Feria, de vibración universal, llenas de gracia y profundidad humanas y fervorosas. Su Alcázar, según ellos, compite con la Alhambra de Granada, palacio y for– taleza ambos. Su catedral, la tercera más grande del mundo, culmina en su Giralda a la que «un caballero subió a caballo hasta su cima, pues se sube por rampas»; la ciudad de «Don Juan» de Mozart, de «El Barbero de Sevilla», de Rosini, y la Carmen de Bizet; su fábrica de tabaco, ya univer– sidad; su Guadalquivir, que la hace urbe abierta al mundo del tráfico y la cultura, oreada por la media luna vigilante de la Torre del Oro; y el derecho y la historia del Archivo de Indias, notario de las Américas. A campo abier– to, sus viñedos, los olivares y los toros: todo esto que ha inspirado a un americano y se la hace recordar, desde tantos puntos de vista, ininteligibles quizá para un español, la ciudad de San Francisco, de California. Y es cier– to que hay trascendencia de puentes en ambas ciudades. MERIDA, EXTREMADURA: VETERANOS Los yanquis reconocen que los españoles «no echan en cara a nadie el que no domine su lengua». En visita a Mérida se resalta el gesto de una señora española, arqueóloga, que les acompaña. Les habla muy despacio para que puedan captarla, cuando les muestra la Alcazaba Arabe y el Teatro Romano donde se representan los dramas clásicos. «Vivirlos en este anfiteatro compensa de todo», sueñan así americanos de Broadway y Hollywood. Les compensa ¿acaso de su civilización yanqui? Más bien, se la recompensa. A los yanquis les suena bien eso de que Mérida fuera ciudad «de veteranos». Por jóvenes y demócratas que históricamente sean, son casi todos conservadores, republicanos y se saben imperiales, ya que no im– perialistas. Muchos de ellos, ahora turistas provectos, son veteranos tam– bién de guerras americanas más dilatadas que las de griegos y romanos y 503
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