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no encuentro evidencia de antiamericanismo entre las gentes que he tratado. Lo que decía este embajador podrá ser controvertido. Pero es muestra del aprecie, a veces involuntario y por lo mismo, más fuerte que Norteamérica inspira. Para el yanqui el hecho más indicativo de fortuna y felicidad de un país es el industrial y comercial. España había entrado, según los observadors americanos, «como un cohete» en la in– dustrialización y el comercio. Por aquellos años 72 y 73 su exportación agrícola había aumentado el 35 por ciento; y la industrial, el 13 por ciento. España exportaba aceite, aceitunas, frutas, pescado, hierro, acero, barcos, maquinarias, vinos, zapatos, plata, cobre, mercurio y montañas de sal y, especialmente, la importación del turismo recibido, ya que él da paso a la circulación extranjera que se lleva y deja algo muy bueno en España. España importa mineral de hierro, carne, grasas y aceites vegetales, aviones, transportes, petroleo, maquinaria. El particionero mayor de este comercio en el Nuevo Mundo es Estados Unidos; y en Europa, el Mercado Común. Esto es consideraba como la realización actual de la revolución in– dustrial, con una renta per cápita que había aumentado cinco veces en los anteriores quince años. Este baremo yanqui no se limita a la prosperidad y el bienestar nacionales, sino que es efecto y causa de actitudes sociales, políticas y, por supuesto, éticas y cristianas en todas las dimensiones de la vida, incluida la religiosa y cultural. JEREZ: ANDALUCIA La más inmediata comprensión de lo español suele ocurrir en el nor– tamericano ante Jerez, y Andalucía toda; muestras de activa amistad son los caldos fraternos de Jerez y de California. Ponderan los yanquis que los me– jores jugos andaluces se han gratificado con las maderas californianas, de las que han fabricado toneles que se conservan en bodegas como minicatedrales. Aunque el 70 por ciento del Jerez, reconocen, va a In– glaterra, donde en la era shakespeariana recibió el nombre de sack, y Falstaff proclamó sus excelencias. Algunas de esas ánforas gigantes llevan nombres famosos como Nelson, Napoleón, y de los mejores toreros, in– cluido el apelativo de la novia de uno de ellos. Títulos de dignidades jerár– quicas católico-romanas ilustran la categoría de los vinos, cuyo destino es, en casos determinados, sacramental, tanto en Andalucía como en Califor– nia. Un pormenor semimágico lo recuerda un periodista de Florida, al hablar de la catedral de Cádiz, en cuyas catacumbas el eco de una palmada se repite hasta diez veces. Una compatriota suya, «sintió pánico». Junto a los datos económicos y minucias personales que tanto agradan a los viajeros americanos, los incitamentos de arte, historia, cultura, folclore, alma y espiritualidad de los paisajes españoles desatan su imagina- 502
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