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renovación o búsqueda de una nueva ascética y misica. El ejercicio de la caridad y de la justicia son ahora funciófl. del estado. No hay limosnería medieoval, y es rara la miseria excesiva -dicen, en su país-. Preguntada una joven hippy si se preocupaba de la comida, responde: «But food is»: Comida hay... La comida no falta». ¿Es el hippismo la contrapartida de la prosperidad, supuesta prosperidad? Lo que más inquieta a los teólogos cristianos es ese interés por las religiones orientales. Interés que alcanza al cristianismo en un momento complicado, embarazoso. La «Khrisna Light Society», sus miembros, canta y percute tambores; las cuentas budistas están doquiera, así como ejemplares del «Tibetan Book of the Dead» y las enseñanzas de Lao-tse. Muchachos barbudos y en vestido de lana multicolor hablan extasiados sobre el encuentro con Dios. Desde luego los hippies distorsionan toda religión que tocan, aunque hay estudiosos serios de lo oriental e incluso for– mados allí, como el poeta Zen, de San Francisco, Gary Snyder, que pasó dos años en un monasterio en Japón. Se recuerda que la clase de cris– tianismo de estos jóvenes la han recibido -los que la han recibido- en las escuelas dominicales de parroquias, y en los templos donde poco pueden aprender de la verdadera mística cristiana, ya que cuenta poco la tradición mística. Esta existe realmente en la praxis y en la estudiosidad del magisterio eclesiástico, como lo prueba el interés por autores como San Juan de la Cruz y Santa Teresa en ambientes universitarios. En todo caso, la reberveración de Oriente, cuna solar de religiones, sobre las vidas y las mentes de los países del Oeste, no es nueva ni adscribible en exclusiva a generación alguna. No obstante, no deja de ser valioso y llamativo el interés manifestado por las generaciones jóvenes norteamericanas de las tres últimas décadas, en los años sesenta hasta el presente en pro de una espiritualidad más acendrada en el campo de los valores cristianos de la civilización, en cualquier punto cardinal. 499

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