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consideren «vagos, fetos viciosos y degenerados», y se mofan de la nostalgia, la formalidad, el resentimiento y la pronta caducidad de los mayores en cualquier forma de poder. Les resulta monstruoso que otros jóvenes como ellos, más juveniles acaso que ellos mismos y desde luego menos sofisticados, como son los policías y los soldados, los ataquen «con las ramas cargadas de cartuchos vivos» y «con órdenes de discreción y de responder al fuego». Otro signo de esta juventud es irritarse por las oscilaciones de la política, la contradicción entre promesas y actos, y el hecho de gobernar que practican sus hombres públicos, como si fueron los árbitros del destino de su pueblo y de los demás, cuando solo son juguete de circunstancias poco sagradas y frecuentemente banales. Esta juventud no da crédito a las estadísticas, a los partes de guerra, a las veladas intenciones de los generales y ministros, a la justicia de las instituciones; y, a la vez, le parece poseer la evidencia de que nada de todo eso tiene sentido. Tales jóvenes quedan asombrados de que de algo tan controvertido metafísicamente como los conflictos mundiales y tan sujetos a la fatalidad y curso de la historia, -ellos lo saben por sus humanidades universitarias-, tengan que parar en una represión contra ellos. Su capacidad de protesta solo puede compararse a la candidez del soldado que mata y muere persuadido que hace algo her– moso, porque este joven también suele ser universitario. Algunas de las jóvenes universitarias rebeldes, desde su punto de vista femenino com– prenden menos todavía todo eso que ocurre, y echan sobre los hombres una mirada de candor lleno de odio y de asombro. Si exponemos acremente la situación de la juventud rebelde no es que olvidemos la relativa normalidad de la violencia en el sentido de turbulencia y brusquedad, tan enraizadas en la democracia americana. Según la pro– clama de la Declaración de Independencia, es derecho inalienable del hom– bre a «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad», de donde prác– ticamente se deduce la creencia democrática fundamental de que «la prueba de la verdad estriba en el choque de ideas». Y esto es un fenómeno típicamente americano que puede extrafiar a los ajenos a este país. Ante el Consejo Nacional de Iglesias, el periodista norteamericano James Russell Wiggins, sefialó que: «Los norteamericanos han manifestado históricamente una tolerancia por las expresiones violentas de la oposición, que ha confundido a muchos observadores de otras naciones». RECEPTIVIDAD DE LA SOCIEDAD PARA LA JUVENTUD A pesar de todo, este radicalismo juvenil es escuchado en cada generación de americanos, como lo fue en tiempos a los que anteriormente nos referíamos. Lo encaja como parte substancial de sí misma. Ello consti- 494

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