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Unos venticinco jóvenes dieron muestras de atender el llamamiento del evangelista Graham y acudieron a la tienda de campaña de éste para llevarse literatura religiosa. Fue un caso esporádico en una inmensa sociedad multiforme. Ello no obsta para reconocer y admirar, como lo han hecho obispos católicos, la gigantesca labor de difusión cristiana que han representado en todos los continentes sus «cruzadas», y especialmente aten– didas por la presencia y reacción de los jóvenes. S/GNIFICACION DE LA JUVENTUD YANQUI Es obvio que para hablar de la juventud americana contemporánea hay que referirse a las ya pasadas generaciones de los años sesenta y setenta, en un lapso de tiempo que va desde el advenimiento y asesinato del presidente John F. Kennedy a principios de los sesenta hasta la eliminación violenta del beatle John Lennon en mil novecientos ochenta. En cualquier caso, todos esos movimientos brotaron con problemática y estilo comunes en algún grado y ciertas conquistas irreversibles. No obstante, las diferencias son también notorias como, por ejemplo, entre un hippy del sesenta y un pasota del ochenta. La juventud de todos los tiempos es más idéntica y fiel a sí misma de lo que suele estimarse. Desde nuestra perspectiva actual pueden resultar desaforadas las ideas y gestos de aquellas juventudes. Pero fueron así, sin olvidar, por otra parte, que nunca fueron mayoria, sino minorias representativas, clamorosas y próximas a la violencia. Tenían conciencia, en primer lugar, de la propia tragedia en la guerra de Vietnam, y en todas las que por la paz, por la justicia, por la libertad de los pueblos y por su autodeterminación promueve, mantiene o se ve obligado a aceptar su propio país, así como también consideraban un con– trasentido, si no un sarcasmo, que sus jefes las consolasen diciendo que «cuando la «disensión» -eso que tanto les gusta a los americanos demócratas que exista- se convierte en violencia, engendra tragedia». Esto, les parecía superficial, perogrullesco e infantil, y hasta irresponsable. Pero esta manera de pensar ocurre, porque la juventud en realidad no parece tener respeto alguno hacia la politica; y menos, a la politica de los seniores, quienes resultan esclavos de fatales monstruosidades, in– concebibles para un adolescente. Los jóvenes americanos llegan a reconocer que sus líderes no pueden proceder de otra manera, e incluso sospechan que ellos mismos, los jóvenes, tienen muy poco que hacer. A esta actitud no pueden seguir más que el desaliento y la orgía, sabiéndose inútiles. Cuando las autoridades reprimen desproporcionalmente, es decir, sin guardar la moderación que la misma justicia cristiana exige al poder, per– ciben que la autoridad «asesina humanidad» en nombre de grandes ver– dades. Se ríen de que ciertas gentes serias, como lo hacía Agnew, los insulten y 493

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