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aquel día. Llevaba, como siempre la conciencia y el gesto de serenidad y limpidez que la actitud católica matiza para la recepción eucarística. Había aprovechado el intervalo del almuerzo para ir a la Iglesia. De aquí salió disparada para presentar modelos en un desfile en la cafetería de un gran almacén. Luego, acudió a una reunión universitaria de muchachas y muchachos de las mas diversas convicciones que andaban buscando puntos de coincidencia mental y activa para enfocar y resolver los problemas más inmediatos del mundo. A Gladys, el tema le parecía apasionante. Contaba que, cuando en las reuniones previas, presentándose unos a otros, declaraban cuanto sabía cada uno de sí mismo, y ella dijo ser católica, todos la miraron con cierto aire de admiración, quizá extrafteza y desde luego con simpatía y como otorgándole de antemano por ser católica una espiritualidad más afinada para empresas bellas y operantes. Repasaron los temas conocidos: derechos civiles, igualdad de oportunidades, reivindica– ciones feministas, integración, guerra y paz, y coincideron en algo relativamente nuevo y por supuesto unificante e indiscutible: la lucha contra la contaminación. Al conocerse los llamados «veinticinco mandamientos de Estocolmo» sobre el urgente problema, ya asomó la pecaminosa original cabeza de la discordia, tan distinta de la cabeza de Gladys, erguida entre los rezadores del pueblo de Dios, atenta a los signos evangélicos del tiempo y a escuchar este universal SOS de nuestro planeta. Desde luego, no todos ni siquiera una mayoría considerable de los jóvenes de aquellas décadas, y de las siguientes, se distinguen por una religiosidad sistemática ni apenas cristiana. Así lo comprobó el intento del célebre predicador fundamentalista Billy Graham. Como misionero mun– dial de «cruzadas» evangelísticas, había compartido con el Presidente Ni– xon y el Vicepresidente Agnew los tres primeros puestos de la popularidad americana en el añ.os 1969. No rehusaba acudir a exhibiciones y alardes de música moderna, aunque disfrazado con bigote y barbas postizas, por razones de información y para entrar en contacto con los medios más diferentes. Sin embargo, al último festival de música y canciones más ac– tuales que tuvo lugar en el West Hollywood de Florida, concurrió a cara descubierta y con la impecable elegancia que le caracteriza. Declaró a los 2500 hippies que acampaban junto a mar: -Me encanta asistir a cualquier reunión y fiesta de música moderna siempre que se me invite. Así obró Jesús. Luego exhortó a todos aquellos jóvenes, muchos de los cuales se con– sideran desplazados adrede de la sociedad y de la familia: 492 -Dejad vuestra vida actual y volveos a Dios. También vosotros podéis acercaros al Señ.or como cualquier otra persona.

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