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universitaria, de ascendencia en la que se hallan indicios de Irlanda y de Colombia, abierta a las ideas ecuménicas posconciliares, vaya a Misa los domingos y algún día entre semana. Curioseando algo más en la limpieza de su sangre, podrían descubrirse huellas lituanas y escocesas, razón de más para considerar a Gladys íntegramente norteamericana. Cuando llega el rito de la oración de los fieles, después del Credo, Gladys suele cooperar luminosamente con su «Escúchanos Señor!» a cada una de las peticiones: Por la Iglesia, por nuestro país, por las autoridades, por los hombres y mu– jeres, por el pan y la libertad de hambrientos y oprimidos, por la «paz justa» y por la intención especial de ese día, «Día del Emigrante». Gladys, o Tania, como ella prefiere que la llamen, un día inesperado y extrañamente deseado por ella, oyó en la capilla del «campus» que entre las preces del pueblo de Dios se decía: «Te rogamos, Señor, que bendigas el interés y el esfuerzo mun– dial para purificar el planeta que nos diste de toda con– taminación ... » «Escúchanos, Señor!», repitió entusiasmada. Podría decirse que su religiosidad había culminado en aquel ruego comunitario, en aquella capilla con aire acondicionado, reclinatorios y ban– cos técnicamente delineados para el buen estilo y posición del cuerpo. Su preocupación por la contaminación venía de tiempo atrás. Las ocupaciones de Gladys eran variadas. Iba a los barrios pobres, a los cam– pamentos de obreros migratorios o temporeros, estudiaba matemáticas, relaciones públicas, filosofías orientales, poesía mística y modelaje y se ini ciaba en el Zen y en el Iching. Intervenía en mítines y manifestaciones pacifistas y de objetores de conciencia y asistía a reuniones de música, de contacto con la Naturaleza y de aclamaciones al amor y a las flores dentro del grupo del «ala derecha» de los «hippies», a quienes medio admiraba, pero en todo caso quería comprender. Toda esta actividad tenía un doble objetivo: primero, acumular «créditos» o puntuaciones para redondear una carrera teórica y práctica elegida y creada para ella con los asesoramientos debidos. Y segundo: para irse informando de los diversos modos de vida, de ideologías y de los documentos vivos, hombres y mujeres, los más variados posibles para ir ella edificándose a sí misma del todo y ser totalmente ella hacia los ventidós años. La vivacidad con que se reivindicaban los derechos civiles de los negros; los alborotos contra la guerra de Vietnam, las antorchas nocturnas, las lecturas de la Biblia y de las listas de los muertos, las sentadas en las escalinatas de los vestíbulos universitarios y los estallidos de mutua violen– cia entre estudiantes y policía indujeron a los políticos a canalizar todos los ideales juveniles por otro rumbo. Este rumbo era el de la lucha contra la contaminación. Cierta o no cierta esa intencionalidad politizada, la causa de la con– taminación merecía la pena. Tal fue el caso de Gladys. Había comulgado 491

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