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sia y en la Historia. Mas también Dios y su dintorno y contorno se eviden– cian y ocurren diariamente, hoy, en cada peripecia humana. Dios sigue sien– do acontecimiento, porque es y actúa. Dios es noticia también. De ahí que se nos informe de los actos más sencillos de la providencial polltica de Dios en su gobierno del lfniverso, de su ideario y de su diario, de sus anécdotas y acontecimientos de su gestión divina entre los hombres de ahora. Crónicas, reportajes, entrevistas, libros, sus aspectos humanamente expresables por todos los medios de comunicación social son temas religiosos de arte y ac– tualidad, como lo son las reacciones, los conflictos inmediatos y trascendentes de los humanos y de «toda criatura» en el cotidiano devenir. «Criatura»: palabra bíblica, de San Francisco poeta, y de la ciudad dramática yanqui San Francisco. Sin pretenderlo directamente, «Los cuadernos de un joven creador», sugieren la presencia y el incentivo de Dios y de su belleza intelectual y creadora para el arte y las letras y hasta, diríamos, para el periodismo. Pedro de Lorenzo, a parte de por sus intimidades traslúcidas del alma, por su triple condición de escritor, poeta y periodista, resulta ejemplo mágico para captar y difundir, casi en silencio, esa inmanencia circulatoria de Dios, que nos llega por su misma devoción apasionada y atildada por la forma y por el estilo, aún cuando no sea su misión sacerdotal ni ministerial. Por algo, el poeta es siempre «vate»: adivino y cronista del tiempo y de la eter– nidad. El periodista es más efimero y secularizado, más circunstancial, en– tre lo divino y humano; entre lo científico y lo popular, condiciones que le califican para ser imparcial, buen catador y heraldo de los signos del tiem– po. Su compromiso con lo fugaz y fungible de su quehacer lo hace eficiente para testimoniar los hechos de Dios y de los hombres sobre la marcha. Pero tanto al escritor, como al poeta y al periodista, nadie podrá quitarles el valor de, sin olvidar lo instantáneo, optar, siquiera en sueño, por lo per– manente. Los oficios de escritor, periodista y poeta, y, desde luego, novelista, los conjuga Pedro de Lorenzo con equilibrio y sereno entusiasmo. «Pedro de Lorenzo, o el equilibrio», dice de él Antonio Hernández Gil, y le atribuye actitudes obviamente relacionables, hasta en sus términos, con la religiosidad mística: «No se conforma con narrar, tiene otras ambiciones; aspira a la transfiguración. No le interesa el episodio, por muchas novelas que encierre, sino la huella que deja en el espíritu el hálito de eternidad que trasciende de todo». Sobreviene a Pedro la soledad: el sonido y compañia de Dios, que tan justamente resalta el otro «joven creador», José Garcia Nieto a lo largo de su labor poética, que culmina en su obra decisiva: «Arrabal»: 484

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