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parecer más un servicio baptista que una ceremonia católica, la monja le contesta sonriente: «Todos somos cristianos». Por grupos se comprometen a reunirse en fecha fija en el estudio de la palabra de Dios, en la oración y en la comunicación de sus experiencias religiosas. Desde luego -hace constar el periodista- no todos aquellos con quienes hablé están del todo conformes con las misas de nuevo estilo ni con tales reuniones en los locales de la parroquia. Hay quienes siguen prefirien– do el uso de la liturgia tradicional en latín. Les parece que esa informalidad desacraliza y seculariza. Por lo menos, debiera cuidarse la manera de vestir de los jóvenes que asisten. Se sienten estos fieles más bien incómodos con los no católicos y con su participación en los cultos. Sin embargo, hasta los que franca y razonablemente disienten, admiten que, en conjunto, salen bien impresionados de estas sinceras iniciativas de los jóvenes, tanto eclesiásticos como seglares, de su parroquia. ACTITUDES YANQUIS Lo que sucede en la iglesia del Santísimo Sacramento, en San Fran– cisco, California, sucede en bastantes iglesias católicas. Lo importante es que los fieles de estas iglesias saben que el requerimiento, el deseo y el gozo del encuentro con Cristo se verifican, no sólo en las reuniones con el pró– jimo, sino más hondamente en la Eucaristía y en la Comunión: que el tesoro de la Palabra de Dios, más que leída individualmente, cuando está reavivada y ungida con el valor social, comunitario y evangélico, del Magisterio de la Iglesia y sus ministros consagrados, es más eficaz y bendecidora del hombre; que la experiencia del amor divino, del júbilo laudatorio y de la acción de gracias, aún en medio de las inquietudes de nuestros tiempos, y el sabor confortante de la esperanza son verdades y ac– titudes a las que todo católico puede sentirse estimulado por el signo positivo, si no perfecto, de los actuales movimientos juveniles hacia Jesucristo, el Señor. Y es lícito desear que hasta la música y el festival, los encuentros y las vibraciones de las actuales generaciones tengan la gracia de llevar a Dios por el arte y la vivacidad juveniles. He aquí una serie de ideas divulgadas en Estados Unidos sobre la juventud. Por mucho que se hable y estudie sobre los jóvenes, no se disipan apreciablemente sus sombras seductoras ni se captan sus movimientos in– teriores. Hay en ellos y ellas algo que se escapa, como si fueran la encar– nación de la fugacidad de la vida. La juventud, hoy tan explícita y desvelada, retiene su secreto para los adultos. Su incomunicabilidad necesaria la ha hecho siempre rebelde o tímida. Pero he aquí otra cara de su 481
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