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la pasión del filme en si y por ese otro problema espiritual: la indagación y el presentimiento de Dios, como una necesidad que santifica y embellece sus paganías nórdicas. Por este su trance, no quiere vender por nada sus per– sonajes: Dios, el diablo y su sufrimiento espiritual. Se dice que rechazó 300,000 dólares en Hollywood, diciendo: - Y mi sufrimiento espiritual ¿dónde lo ponéis? De todas maneras, sus películas, como resume Altavilla, siguen mostrándonos sus mismos personajes invariables: el Todopodero y Belcebú. A cuantos se preguntan por qué insiste, a través de espectaculares variaciones, en idéntico temas, Bergman contesta: -¿Por qué no habría de ocuparme siempre del mismo tema? ¿Acaso hay que reprocharle a Chopin que haya compuesto casi unicamente música para piano, y a Moravia que tan solo se in– terese por las relaciones entre hombres y mujeres? La esencia del hombre no es su propia existencia, como sostiene Sartre, sino la existencia de Dios. Y de este único problema tengo que ocuparme, porque estoy obsesionado por la idea de Dios. NOTA LATINOAMERICANA Esta vigencia de la preocupación por lo divino que se echa de ver en el cine nórdico, puede contrastarse con la secularización y socialización del nuevo cine latino americano que surge vigorosamente. Es tiempo de que este cine sea conocido y divulgado en otras latitudes geográficas, políticas y estudiosas. Ya es buena seftal el interés por él en los medios juveniles e in– telectuales. Le sobran razons a ese cine de la actual hora latinoamericana para ser valorado. Mencionemos algunas. Su lenguaje cinematográfico y el ritmo del relato, no ajeno a los aires de sus músicas; la actualidad de las situaciones realistas, apasionadas y crueles, que se suelen presentar como documentos en largometrajes y que nos informan de los problemas y de las soluciones que apuntan para esa gente y tierras; y el hecho inmediato de que ese cine es el exponente del lugar de excepción que tiene que ocupar el cine del mal llamado Tercer Mundo. Después de las películas mejicanas, brasileftas y espaftolas que han nutrido a la masas de habla castellana, es tiempo de que cada nación latinoamericana asuma su propia expresión y nos muestre su rostro en su identidad diferenciada y significativa para el universo fílmico. Por sinceridad novedosa, ese cine, al principio, será de minorías. Pero es saludable este afán de afirmación de la propia identidad, no solo por razón de sano nacionalismo, sino porque la realidad es diversa, personal; y, 468

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