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parques nacionales, de los patios y hogares florecidos-incluso como los cementerios y los campos de deporte que lucen su césped y plantas ar– tificiales-de sus alamedas universitarias, de sus ríos solemnes y sosegados y del candor de sus teólogos. La mente y el corazón cristianos se anifían y se elevan con la evocación de una María ecuménica, surgida espontáneamente en este país que tanto encumbra y libera a la mujer. ECUMENISMO MARIANO Ideas como las referidas se mencionan porque los fieles americanos las profesan y viven en su piedad y culto cristianos. Contra lo que se cree co– munmente en países católicos mediterráneos, latinos _Y suramericanos, la figura yanqui de Maria no es menos brillante ni menos vivaz que la venerada por católicos de Roma, Buenos Aires, Sevilla, Méjico, París. Díganlo, si no, los santuarios marianos de todo el mundo, como Lourdes y Fátima, que frecuentan los peregrinos norteamericanos con naturalidad, esplendidez, jovialidad y colorido muy católicos y anglosajones. Pero es más importante todavía su penetración e inteligencia de Maria, su interés por razonar y exhibir su devoción, de manera que ésta logre la armonía, si no la concordia total, con las otras confesiones cristianas y se desarrolle como factor de ecumenismo ante los demás hermanos con quienes con– viven. Recurren a su historia y tradiciones para justificar, racionalizar y gozar las glorias humildes de Maria, como un valor amoroso y bello de su patria. No es nada nuevo, pero sí conviene resaltar que, sin proponérselo quizá, tienden así una mano fraterna a la piedad reformista, al ecumenismo cristiano en su propio contorno. El río Mississippi se llamó inicialmente «El río de la Inmaculada Con– cepción.» Los obispos promovieron la devoción hasta obtener del Papa la declaración de la Virgen con este título de Inmaculada Concepción como patrona del país, y el pueblo católico ha levantado el Santuario Nacional en recuerdo de Ella en el campo de la Universidad Católica de Washington. Generaciones de católicos consideran como rica herencia para su almas y su patria la devoción a María, Madre de Dios y de la Iglesia. María representa un valor e instrumento fundamental para que la idea y las palabras de su Hi– jo aceleren la unidad cristiana. No son sólo deseos y plegarias. Son ideas y posiciones mentales y con– ductas las que se echan de ver en la piedad yanqui católica hacia María. Tanto la catequiesis como la predicación y la literatura eclesiásticas muestran actitudes reflexivas tales como las siguientes: Más que lamentar la crisis de le devoción a María-tema cuestionable-habría que investigar sus causas. Urge revisar los posibles «desenfoques teológicos» que están en la raíz de muchos alejamientos. Los conceptos parten de considerar a Maria en un plano evangélico y humano, biográfico. Ella es «una de nosotros,» hacia quienes viene Cristo por medio de ella, su madre. Esta mujer «ben- 45

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