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documental «Woodstock», la mayor masificación de intérpretes im– provisados. Su exceso se ha cantado así: ¡Abajo los medios de comunicación de masas, la producción en serie, las grandes y comunes ceremonias cultuales, las masacres de guerra! ¡Arriba la música amorosa de las masas! Se llego a decir que bajo estos lemas se inició la glomeración más numerosa de jóvenes en los años que han transcurrido del presente siglo la música «pop» lo obtuvo con relativa facilidad en el festival de Woodstock. Un milagro: poco menos de medio millón de muchachos se reunió durante tres días y sus noches en el parque. He ahí una de tantas exageraciones y una interpretación inadecuada de la magnificencia de color y ritmo que graciosamente nos brindan los medios audiovisuales. Dejémoslos en regalo de vista y oído, cuando efectivamente son gratos. Se llenan de inquietud las formas y las mentes cuando la em– briaguez de luces y sonidos y la «fiebre del disco» se presentan como filosofía política o religión. Con frecuencia es el mismo amor el que resulta desfigurado a fuerza de limitarse el propio erotismo con sus excesivos alardes. El cine como tal: imagen en movimiento, formas vibrantes, fotografía activa, nació propicio para la exaltación del cuerpo, carne palpitante, coloreada, con oscuridad y matices de pantalla, con el gigantismo de sus primeros planos. Ya por sí, el erotismo es un éxito turbio, triunfa por sí mismo, incluso sin motivo, irra– cionalmente. Por sí mismo se presta a las esclavitudes y al éxtasis. El cine, como otras tendencias literarias y artísticas y como la vivencia cotidiana, parece identificar plenamente erotismo con amor. De esta manera se niega a sí mismo en la búsqueda de lo que sería su destino más propio y natural: la transformación de la vida. Y por eso se justifica que se haya reprochado al cine el que «lejos de transformar la vida ha preferido traicionar el amor». El director cinematográfico Armando Godoy exalta la necesidad del rumbo del cine en cuya tendencia quiere pretigiarse de nuevo el cine de Estados Unidos. Su principio es que el cine ha de ser siempre medio de me– jorar educación y cultura. Su mejor tema es la vida humana como es. El mismo cine ha de ser parte de una sociedad más libre y menos artificiosa. En esta línea se inserta la autocrítica que el cine puede desempeñar para juzgar a su propio país y ensueño. ARTE, CORPOREIDAD Y VIOLENCIA El cine, de por sí, mantiene y expresa voluntad de moral y de espiritualidad, aunque no sea más que por su aspiración al arte. Se parece superficialmente al teatro. Uno y otro son denunciadores y difusores de costumbres. El teatro lo es más a conciencia, pero ambos coinciden en ser 462
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