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cisco, en su plenitud divina a la medida humana, es Jesucristo, Verbo Divino hecho Hombre, primogénito del universo y ser íntegro de la Iglesia. Tal es el pregón del Heraldo del Gran Rey en su alcázar de San Francisco. No podrían imaginarse aquellos franciscanos por Fray Junípero Serra que, con unos pocos indios, algunos animales y simientes de España, una campana y ornamentos de artesanía, establecieron el 9 de octubre de 1776 una mínima misión a la que bautizaron con el nombre del Seráfico Padre San Francisco, que ésta llegaría a ser la ciudad y puerto del Pacífico, San Francisco, crisol millonario y hervidero de razas, de ideologías y conductas, y que de aquí saldrían neófitos con indudable admiración, reminiscente y actual, de su San Francisco a quien suponen imitar torpemente. Pero San Francisco sí los acepta y los ama, sin analizarlos poco ni mucho: los con– templa, pues sigue siendo el rey de la juventud, de las cosas simples y espontáneas, como brillantes, entre los harapos de descarriados y de pobres. Era poeta, recitador, cantante, juglar. Hasta su instrumento era un ensueño de dos palos rústicos, que se frotaban; y su droga nunca fue otra que el agua, humilde, preciosa y casta. Amó de tal manera a Cristo que se le rompió el alma y gozosa se le salió por sus llagas hasta fundirse y perderse con las del Resucitado Estigmatizado. Un experto en defensa del medio ambiente, ecólogo, decía: Me encanta San Francisco de Asís porque cinco siglos antes de que Juan Jacobo Rouseaou proclamara el regreso a la naturaleza y su inocencia, el protector de ésta, San Francisco, lo había demostrado existencialmente, con sus vivencias y efu– siones de las Florecillas. Pero un teólogo, diácono, le explica: La naturaleza que vive San Francisco es la sobrenaturaleza, llena de gracia, regalada y regenerada por el Verbo Divino, encar– nado, platicante y andariego, entre las gentes, los animales, las cosas y las maravillas dolientes y bienaventuradas de este mun– do. Una escritora de baladas y espirituales para felicitar en el tiempo de vacaciones, comenta: 460 Lo que ocurre es que San Francisco vive naturaleza y gracia, tiempo y eternidad, como paisaje y acontecimiento de éxtasis y de luz como el zumbido de los abejorros, el bullicio de los vendedores, los restos del foro y el clamor de los cardenales y de los pobres de Roma. Un jóven de la actual ola, espléndido ignorante de perfecciones
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