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con estilo académico se cultivan las ciencias y la perfección moral espiritual, en total armonía de valores y sofresine... en esta California, tan abundosa por otra parte, de inadecuados y confusos espíritus. Por algo sobre la ciudad de los Angeles, los partes meteorológicos dan partes de la nocividad del aire para los ojos y el grado de viscosidad de su atmósfera. Los ciudadanos de este Estado, del oro y del alma de California se sienten agradecidos y ligados a su misionero. En 1933 el pueblo de Califor– nia le designó como a uno de los dos grandes hombres del Estado, para que su estatua figurase en el Santuario Nacional de las Estatuas en el capitolio de Washington D.C. El nombre del P. Junípero Serra está en vías de ser colocado en el catálogo de los santos por el Vaticano. Entre tanto, sus Caballeros de Serra, difundidos por todas las diócesis americanas, promueven su memoria con obras de cultura y religión, especialmente el fomento de vocaciones sacer– dotales y la práctica encantadora y universal de los monaguillos para el ser– vicio voluntario del altar. Estos caballeros gustan recordar cómo Fray Junípero poco antes de morir dio al carpintero las medidas de su ataud. Recibió de rodillas ante el altar los santos sacramentos, se abrazó al crucifi– jo, que siempre llevó consigo, desde Mallorca, y dijo: ¡Ahora descansaré! Los marineros, los colonos y los indios, le ensalmaron de rezos y de rosas y se quedaron con pequeños trozos de su hábito y algunos blancos cabellos de su cabeza, como reliquias milagrosas ante el mar, los desiertos, en las capillas de las Misiones. SAN FRANCISCO «DE ASIS» Y «PRISCO» «Frisco» es el sobrenombre familiar y confianzudo que los califor– nianos dan a su ciudad de San Francisco, ciudad donde la sugerencia fran– ciscana se impone. No sólo por su nombre y por sus orígenes seráficos, sino porque la ciudad en sí es un «cántico de las criaturas»; de hombres e ideas abiertos al oro, al hermano mundo y a la juglaría. Entre tanta paradoja, calles fraternas y de sonidos cosmopolitas, vibra el sutil aire de su apadrinante de Asís. El evangélico San Francisco sigue predicando el amor, aunque no lleve la consigna reciente de algunos jóvenes en sus vestimentas y avalorios: «No hagas la guerra, sino el amor». El continúa gritando su denuncia porten– tosa: «El amor no es amado; el amor no es amado». El verdadero amor, lo que se dice el amor, que de serlo tanto resulta divino, este amor no solamente no es amado ni valorado, sino que es profanado y blasfemado, como lo están siendo otros seres ilustres: Dios, el hombre y las criaturas de ambos; naturaleza, arte, ensueños. Ese amor desamado, para San Fran- 459

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