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peregrinan como devotos o curiosos a admirar la espontanea maravilla sobre la misión, el convento y las casas y tiendas de la ciudad de Capistrano. Las inmigrantes se establecen allí por el verano y también exactamente el 3 de octubre, reemprenden su vuelo hacia el Sur. Por entonces el rey de España se fue inquietando por los peligros que surgían por parte de los ingleses y de los rusos. Más vivazmente percibían este riesgo, Gálvez, el fundador de Galveston y Fray Junípero. Llegaron nuevas de que los británicos habían derrotado a los franceses en Quebec y que probablemente «se llegarían a través de las aguas a Nueva España». Todavía se pensaba que la tierra que llamaban California era una isla. Los rusos se mantenían en Alaska como cazadores y tramperos para cobrar animales y enviar las pieles a los mercados europeos. Los españoles se aler– taban con el temor de que los rusos se corrieran California en sus incur– siones. Había misiones jesuitas en la baja California. La Alta California se hallaba sin protección y era prácticamente desconocida. El Padre Junípero, entonces en Méjico, fue escogido para establecer nuevas misiones, y aceptó partir con un gran militar, José Galvez. Este tenía un mapa dibujado cien años antes que mostraba la costa de la parte norte de California. En– tusiasmados hicieron un plan para levantar puestos misionales for– talecidos, en sitios estratégicos del norte. El primero fue el ya mencionado de San Diego de Alcalá. El segundo, en honor de San Carlos, en Monterry, y el tercero, en honor de San Buenaventura. El Padre Junípero planteó la cuestión. -Don José, habéis nombrado una misión para San Diego; otra para San Carlos; y otra para San Buenaventura. Pero no hay una misión en honor de nuestro padre San Francisco. Propuso a continuación Galvez: -Si San Francisco desea una misión, que él nos haga ver primero su bahía. Así nació la Misión de San Francisco del presente. En su principio estaban los sueños de Serra, en la guirnalda de sus misiones, del poblado y sus edificios de adobe, el convento, los hornos de pan, las granjas avícolas y ganado, caballerizas, pozos, huerta, jardines, talleres de artesanía y enfermerías. San Francisco de Asís les ofreció la bahía, sus doradas puertas, sus colinas, sus horizontes móviles y exquisitos como un sumario del Cán– tico del Hermano Sol y la culminación anímica de California: mundo coti– diano y seductor de las criaturas del cine y de la televisión. En los pueblos, ciudades y villas de esta tierra, la más moderna y sofisticada del mundo hoy, se verifica la glorificación del adobe por el respeto como a reliquia sagrada y nacional a esta ruta de las Misiones. Adobe indio, mejicano y castellano, y ahora yanqui: ere barro de raíces, de humedad y limo, como la arcilla del 457
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