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-Hermano, ¿cómo no se muere de sed? Replicó el misionero mallorquín: -He encontrádo un buen remedio contra la sed. Consiste en comer poco y hablar menos. No se gasta saliva. El lema y norma de su vida y empresas los formuló a punto de em– prender con sus compañeros el viaje desde Veracruz hasta Méjico, Cuando el virrey le ofreció escolta y vituallas para los cientos de leguas que habría de recorrer, Junípero se negó a aceptar tales ayudas. Ante su temeridad, el representante real le arguía: -¿Cómo es posible que haga ese viaje solo y a pie? ¿Cómo podrá llevar comida suficiente? -¡Dios proverrá! Partió con otro compañero, sin llevar nada más que su hábito, san– dalias, breviario y crucifijo. Sin embargo, siempre encontró alimento y un sitio en la tierra para descansar por la noche. Durante una de ellas, un bicho le picó un pie. A la mañana siguiente su pie y pierna se habían hinchado e infectado. Esta herida nunca se le curó del todo y la llevó como llaga y marca del nuevo Mundo. En cierta ocasión, a la caída de la tarde, anochecido ya, él y su compañero se encontraron perdidos en un paraje de cactus y plantas espinosas, tan de Méjico y California. Después de orar pidiendo guía se dieron cuenta de estar delante de una pequeña casa de adobes y un burro amarrado a tres árboles algodoneros -cottonwood-. Cuando entraron en la cabaña vieron una bella mujer con un niño, bien peinado. El niño jugaba con un corderito. Estaba allí también un hombre algo mayor quien les in– vitó a compartir una frugal comida. El Padre Serra estaba encantado con el niño y cuando lo bendijo antes de ir a acostarse, el niño levantó su mano y los bendijo. Al día siguiente al llegar a su destino, elogiaba a la hospitalaria familia que los había albergado en su casa de adobes. Pero ninguno de los allí residentes le supieron dar razón de tal casa y familia. No había rastro de vida en todo el contorno. Junípero quedó perplejo un momento y cayó de rodillas en oración bien cierto que había convivido con la Sagrada Familia. Lo consideró como señal de que el cielo bendecía su obra. Pero la leyenda o historia más cordial y ecológica acerca de Serra se refiere a las golondrinas que retornan a la misión de San Capistrano. Por más de 150 años, en el día de San José, 18 de marzo, bandadas escalonadas de golondrinas revolotean venidas del oceano Pacífico. Nunca faltan a la cita, y las esperan miles de californianos y turistas de Estados Unidos, que 456
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