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costas, se ven poblados de gente movediza, transeúnte, curiosa y de rostros que expresan complacencia y laxitud. Parece que siempre están descubrien– do algo y descansando de algo. Efectivamente, están de vacaciones. Esta ac– titud es propicia a que vivan, observen y experimenten, sin tensiones, la realidad de las gentes y de las cosas que salen a su paso. Es una invasión amable y digna de contemplación, de suerte, que los residentes indígenas son los que ofrecen más el aspecto de extraños a su propio mundo. Fructífera invasión de los turistas; extranjeros que saltan de nación en nación, o nativos que cambian de ambiente por una temporada. Entre los derechos del hombre está ya el de la vacaciones. Estos peregrinos llevan y traen sus perfiles, sus almas, sus atuendos y sus actitudes espirituales, religiosas y éticas, a lo que hay que añadir fre– cuentemente el interés previo por la observación, el estudio y la com– paración inevitable. A este grupo pertenecen un par de jóvenes amigos norteamericanos, universitarios, cuyos padres les han premiado su graduación con un viaje turístico. Son católicos, más o menos practicantes, y pertenecen a familias católicas. Y por eso mismo que han oído tanto acerca del catolicismo español, les complace comprobar la evidencia de la formación, ideas y senti– mientos católicos de los españoles. Por otra parte, no dejan de extrañarse cuando se enteran de que el porcentaje de cumplimiento dominical y de con– fesión y comunión anuales es en España inferior al de los católicos de Estados Unidos con notable diferencia. Aprecian mayor formalidad y menos extremosidades en el modo de vestir aquí con relación a sus tierras, y advierten más recato, modestia y cierta reserva, a la vez elogiable y desconcertante, en las muchachas españoles, así como belleza y sensibilidad e importancia sobre cuestiones sentimentales. Hacen notar, sin embargo, ciertas desorientaciones per– sonales que los han dejado perplejos en casos, quizá raros, de desviaciones morales y drogas, que no comprendían ni esperaban en Espaí'la. Prefieren viajar sueltos, peregrinar a lo que salga. Lo hacen en una he– rrumbrosa furgoneta que han comprado provisionalmente, en la que llevan papeles, ropas, algunos alimentos, sacos de dormir y leña para los fuegos nocturnos, cuando acampan en montañas, junto a ríos o en las afueras de cualquier villorrio. No dan importancia a la vida desahogada que han de– jado en sus hogares, mientras el padre de uno de ellos y la madre viuda del otro los asedian con llamadas telefónicas y envíos de cheques a cualquier rincón de España, y se preocupan por los riesgos que suponen puedan co– rrer sus hijos. Uno de éstos comenta: 448 Tiene gracia lo de mi padre. Ahora padece como un león, por no tener noticias mías. Y cuando él viaja por sus negocios, en casa ni enterarnos por dónde anda. Sin embargo, este mismo muchacho resume:
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