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biografía de María es una obra de creación y un poema de su propio hijo, Cristo. Y la canta así un hermoso himno mormón: La nieve cubría el suelo, y arriba brillaban las estrellas, cuando nació Cristo Nuestro Señor en la noche de Navidad. Allí estaba María, la muchacha inocente hija de Ana, y acababa de traer al mundo al Dios hecho hombre. Allí estaba también José. Alrededor, los ángeles cantaban: «Venid, adoremos al Señor!» He aquí toda la teología acerca de María y sus consecuencias en la adoración al Señor. De esta adoración pasamos naturalmente a estimar y reverenciar a su Madre María, y pedirle que siga estando entre nosotros y su Hijo, como criatura santísima y como madre dulce, hermosa y buena. De ahí no hay más que un paso, que no es necesario, pero sí racional y delicado por nuestra parte, hacia la caballerosidad, el arte, la poesía, y la sublimación del «eterno femenino» que de María cantaba el cuasi-pagano e inmenso Goethe al final de su Fausto. Al fin y al cabo, esa humilde e ig– norada mujercita de Nazaret es una obra, la más extraordinaria en la creación, del mismo Dios. Por eso otro poeta gigantesco, Dante, dijo de ella el más breve y mejor elogio: «Hija de tu Hijo.» Cristo, con todo lo que es Cristo, ha ennoblecido y recreado a su madre María. Lo más normal en un hombre es honrar y sublimar a la mujer. Así hay tantos hombres que invocan a María por cristianos. por caballeros y acaso también por sentimentales. No es imperfección serlo. En cuanto a las mu– jeres, nada puede hacer más conforme a su naturaleza y solidaridad femenina que el ensalzar y confiarse a esa «hermana» que, de maravillosa manera, las hizo «más benditas.» Para la niñez y la juventud María es ter– nura, ilusión, protección cierta, y la más realista y humana manifestación del amor a Dios. Está, pues, muy dentro de todo orden el que, así como Jesús vino a nosotros por María, nosotros vayamos por María a Jesús. Estos tiempos de «Teología de Dios Muerto» son, como reconocia Ortega y Gasset, por eso mismo, tiempos de «Dios a la vista.» Dios sigue presente en la calle, en la mente, en la actual reacción mística, en la con– troversia, en los campos de la universidad y en los motines de los barrios reivindicativos. Por televisión vemos frecuentemente pancartas en las que el nombre y el sentido de Dios son usados, y no en vano. La exigencia, la bús– queda vital y ia reclamación de un Dios puro son hoy día más perentorias que nunca. Se ha convertido en~una necesidad casi sangrante, incluso para el mismo clero. San Francisco de Asís consideraba a María «la Escala Blanca hacia Dios.» He ahí una actitud que puede renovarse, he ahí un camino muy humano, si queréis, ese de «la escala blanca,» de la ingenuidad, de la luz en la mano amorosa, de la Fe del Niño del Evangelio. Esa actitud se parece mucho a la llamada «la Fe del carbonero,» fe confortable, dogmática, ex- 43

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