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de la Paz- y en Marbella de la Costa del Sol; en Benidorm y todo su levante, en la Costa Brava y por no mencionar sino un centro representativo de tales lugares en el extranjero, en Miami, que sobre su «magia» despliega la palmera de su espiritualidad plural y multicolor. Nunca faltan en estas reuniones turistas norteamericanos, que van y vienen de todos los confines de la tierra. Doquiera vayan los humanos, tienden a identificarse y a realizar sus ac– titudes morales y sus convicciones religiosas. Y por el carácter complaciente del turismo, surge civilizadamente la comunicación placentera entre el visitante y el visitado. Es decir, tenemos ya la base de cierto ecumenismo. De hecho, en los sitios de estas concurrencias turísticos, los obispos se están cuidando de promover y encauzar el ecumenismo cristiano posconciliar. Los más bellos e interesantes paisajes y los santuarios de la piedad y del arte se están enriqueciendo por la humanidad turística, transeúnte y ociosa que los visita. Es un preámbulo hacia la próxima sociedad de bienestar y del buen viajar, de la inteligencia con ocio sutil, contemplativo y gozoso y, por consiguiente, beatificante y creador. Es el nuevo humanismo que debe com– portar una renovada espiritualidad, más difícil y exigente, por eso mismo que parece más cómoda, relajante y asequible a todos. En todo caso hacia ese humanismo nos van llevando los medios de comunicación social, entre otros agentes más profundos. Los cinco medios son la Prensa, el cine, la radio, la televisión y su técnica, los que por sumen– saje, son fuerzas inundadoras y transformativas de la interioridad y las superficies de la civilización, con el poder y encanto de su versatilidad comunicativa. En el mundo moderno todos somos periodistas. Vivimos inmersos en noticias, saturados y rebosantes de noticias. Sobre nuestra mente y nuestros gestos caen sin cesar voces, sonidos, imágenes de papel impreso, de estruen– dos de radio y de visiones de la televisión que nos convierten en periódicos, cintas impresas y mentes iluminadas, que deambulamos por las calles, trabajamos en las oficinas y tiendas, viajamos en los medios de transporte y paramos -muy poco- en el hogar, sobrecargados y estallantes de noticias y comentarios. El mundo se ha convertido en un ágora ateniense total, en un foro romano que lo pretende encauzar todo o, dicho más vulgarmente, en cotilleos y comadreos sobre sistemas ideológicos y económicos, posturas de los gobernantes, actitudes de jefes de iglesias, modas y caprichos de los astros de la pantalla o del deporte, sin dejar de lado las más inesperadas fuentes de morbosidad y de escándalo, que en nuestra sociedad han llegado a constituir la vasta modalidad de ocio y el tema conversacional para millones de seres. El Concilio tuvo en cuenta ya este hecho de nuestra civilización. Por ello, tras el decreto sobre liturgia, promulgó el decreto sobre medios de comunicación social. Es muy lógico este orden, porque, según comentaban los obispos americanos en reciente reunión, así como la liturgia nos enseña a 443
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