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carse por los caminos de la tierra, del mar y del aire, los trenes, los automóviles, los barcos y los aviones, y rige con tu providen– cia a cuantos se sirven de ellos. Bendice a los peregrinos, viajeros y turistas. Tú que guiaste con la santa estrella a los Reyes Magos hasta el portal de tu divino Hijo Jesucristo, dispón de nuestras veredas y caminos hacia el bien y la salvación, de suerte que, a través de las vicisitudes de nuestro peregrinar, seamos siempre protegidos con tu auxilio. La desinteresada profesión de turista, inherente hoy a todo hombre, se hace menester angélico con estas bendiciones y plegarias. La Iglesia tiene muy ponderados el auge y la disponibilidad de los medios de comunicación social. Recuérdese el decreto conciliar del Vaticano II del 4 de diciembre de 1963, «Inter mirífica», y la instrucción pastoral de la Comisión Pontificia para los Medios de Comunicación Social del 23 de mayo 1971, hechos que hacen figurar los medios entre los objetos del dogma y del ministerio de la Iglesia católica. Precisemos que estos documentos eclesiales no se refieren directamente al turismo; pero sí hablan de «los demás mediós» y de «los otros seme– jantes» de comunicación, ya que el «Inter mirífica» define a los cinco ex– presamente mencionados como «instrumentos de comunicación» y el teólogo Emil Gabel los considera, incompletamente, como «técnicas modernas de información pública». Pero las afinidades del turismo con los demás medios de comunicación y las referencias implícitas del magisterio eclesiástico a las actividades y características del turismo, lo incluyen a éste entre los medios y las manifestaciones no sólo de la civilización que los medios fomentan, sino también del movimiento ecumenista postconciliar. La Iglesia se presenta a sí misma como «peregrina en esperanza hacia la meta de la patria celeste». (Decreto sobre Ecumenismo, 1). Ello nos recuer– da que ser peregrino y romero es parte de la configuración occidental y cris– tiana, abierta a la fe y a la misión ante todas las criaturas. Es consigna de nuestros tiempos eclesiales la atención y docilidad a los signos de los tiem– pos, entre los cuales está la comunicación de los hombres. Si esta comunica– ción es personal, tanto mejor. Es oportunidad, incitamiento y experiencia de ecumenismo. Comoquiera que hoy, en muchas partes del mundo, por in– spiración del Espíritu Santo, se hacen muchos esfuerzos con la oración, la palabra y la acción para llegar a aquella plenitud de unidad que Jesucristo quiere, este Santo Sínodo exhorta a todos los católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, pariticipen diligentemente en la labor ecuménica. Por movique, según las variadas necesidades de la Iglesia y las características de la época, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos. Tales son, en primer lugar, todos los esfuerzos para 441
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