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alegría expectante que se percibe en los pueblos considerados «en vías de desarrollo,» y esa ternura de enamorados que reflejan los rostros que se sienten seguros en su fe-comulgan. El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, sabe a Gloria y a intimidad católica romana. En estos momentos eucarísticos de diferentes confesiones y estilos, hay un espíritu dogmático y evangélico que vivifican la cristiandad y la cultura. Uno de esos elementos es el «silencio» de cada fiel eucarístico. Otro es el punto básico de coincidencia en un gesto humano de desvalidez y de soberano recurso a la intimidad, al contacto, a la posesión de Dios. Séanos lícito vivir por un instante esa eucaristía ecuménica, que ha de configurar y conllevar la perfecta posesión de Cristo tal como la describía Pablo VI en una de sus alocusiones: «Sí, Jesús es el Profecta del Reino de Dios. Ha venido y el Reino está cerca. El es el personaje poseedor, anunciador, donante de la fórmula verdadera, universal e incomparable. Es el Pastor. Es el Salvador, Dios y Hombre.» La Ultima Cena, evangélica yanqui, trasciende el rumor avasallador de estas gentes y sosiega el tráfago de sus adoraciones e industrias. MUJER ENTRE DIOS Y LOS HOMBRES Los autobuses de algunas ciudades norteamericanas son capillas rodantes de oración, de lectura espiritual, de meditación, de recogimiento y de práctiae devociones. Además son sitio muy a propósito para ejercitar la pacencia, la tolerancia, la bondad y la cortesía «hermana de la caridad,» como decia San Francisco de Asís. Es suerte, así mismo, encontrarse con predicadores espontáneos. Entre esas plegarias, devociones, lecturas, pensamientos y afectos que nadie ve, se cuentan esos mismos actos referidos a María, Madre de Jesús, en cualquiera de sus innumerables y bellísmas advocaciones. Podemos ver, por ejemplo, cómo, en aquel asiento de adelante, una señora lleva entre sus dedos, un poco disimuladamente, un rosario. Otra va leyendo una oración al dorso de la estampa de la Virgen de la Caridad. Se ven actitudes de «meditación transcendental». Abundan los lectores de la Biblia. Un señor va enfrascado en los primeros capítulos del Evangelio de San Lucas, que hablan de María, la joven nazarena a la que el arcángel Gabriel predijo la concepción y el naci– miento de su hijo Jesús. Es muy corriente observar labios que rezan y rostros aureolados de espiritualidad. Todo ello, sazonado por el fondo de las vivaces conversaciones hispanas y las confidencias reiterativas de amigas americanas y los rituales sacudimientos de los autobuses. María es una criatura tan humana como el hecho de la maternidad. Con la diferencia de que en su caso, el Hijo es Cristo. Toda la realidad de Cristo se revierte sobre su madre, igual que la de cualquier otro hijo. La 42

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