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canales o sucesivamente en el mismo canal, del universo agrandado, plural e íntimo, del milagro casero y cotidiano, como el pan, de la televisión. Toman parte también otras entidades religiosas además de las semioficiales men– cionadas, ya que el ecumenismo, en una forma u otra, es y ha sido siempre intrinseco a la vida religiosa norteamericana. Las formas y los temas de los servicios religiosos, como culto, predicación, sacramentalismo, aclamaciones e himnos, así como sus exposi– ciones doctrinales que incluyen todos los temas de la vida civil, tienen en cuenta los grupos mayoritarios o minoritarios confesionales de la nación e incluyen, de alguna manera, al inmenso y difuso de los no oficialmente creyentes y no adscritos a denominación alguna determinada. Estos no adscritos a confesión determinada suman millones respetables, alrededor de cincuenta; aunque sólo unos cinco millones dejan de estar influenciados voluntariamente por alguna de las confesiones apuntadas, y aun asi no son del todo ajenos, en su mayor parte, al alma colectiva religiosa del país. Ahora, en este congreso, los jerarcas y rectores de la conciencia religiosa católica-romana se han lanzado a la búsqueda, estudios y renovación de técnicas, programas, inspiración, estímulos y procedimientos de difusión del mensaje cristiano. Uno de los puntos de partida es: La Religión, publicitariamente hablando, ha de presentarse necesaria y atractiva, como un buen perfume, un viaje turístico, una póliza de seguro, el último modelo de automóvil, la joven más decorosamente espectacular, una moda, un estreno: como la vida más deseable. Luego de analizar y valorar los procedimientos en uso hasta ahora, se proponen para la televisión religiosa películas o espacios todavia más cortos que los anuncios comerciales y los servicios públicos, patrocinados o no, que no pasen de sesenta segundos. Se considera que esa medida será más eficaz que los sermones, pláticas, conferencias, discusiones y otras exposi– ciones prolongadas y controversiales, tal como hasta ahora se usaban, y que frecuentemente eran preocupación de los que intervenían en ellas y resultaban, a la vez, tedio y desorientación para los oyentes y con– templadores. Estarían mejor sencillas e inmediatas referencias a lo próximo y cotidiano, como el paisaje, el hogar, el jardín, las personas, las aves, las tierras exóticas del Sur o del Polo, las flores, la pobreza, la enfermedad, la muerte, el mar, el desierto, las nubes, sin excluir la gente que se apretuja y contamina en oficinas, espectáculos, campos de batalla y acaso, dentro de poco, en las soledades lunares. Es decir: hay que buscar temas y procedimientos que impercep– tiblemente sitúen al contemplador en un clima propicio al advenimiento del espíritu. Para conseguirlo hay que recurrir a técnicos de anuncios comer– ciales, de publicidad y propaganda, a profesionales, pagados o voluntarios, de las agencias neoyorkinas de la Avenida Madison, hasta lograr un semblante nuevo religioso en el púlpito, ambón, cátedra y ágora, todo lo cual viene a ser actualmente la televisión bien utilizada en el campo religioso. 437
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