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sagrado de lo profano en los medios de comunicación. Entre los jerarcas reunidos se ha puesto de manifiesto la decepción, aún reconociendo sus indudables servicios de los programas religiosos como títulos tan confesionales y misteriosamente vagos como los actuales de «Levanta tus ojos a la Vida», «La Luz temblorosa», «Guía en el Camino», «En pos de mis Pasos» y «Fulgores confortantes», en los que clérigos y seglares adeptos de las diversas confesiones han logrado anteriormente in– dudables éxitos. La asamblea de modernos rectores de las iglesias se in– clinan a pensar que los mensajes religiosos no han de ser ni tan profundos ni tan prolongados, sino más bien rápidos, incisivos, directos y enunciativos, como lo son las bases perceptibles de la religión. Palabras e imágenes que expresen ocurrencias inmediatas: «Orad juntos», «Vete al sitio de la adoración a Dios», «Rectifica y te salvarás», «La Paz está entre tú y Dios». Volviendo a la televisión, los prelados católicos coinciden en que no se deba dar la impresión de que la realidad religiosa es como un gheto, un coto cerrado y un campo circunscrito a sus temas, a sus símbolos y a sus instru– mentos y estilos de trabajo. Hay que salirse de las cuatro paredes sabatinas y dominicales, y tratar de mostrarse con el ritmo ordinario de las gentes. Pero esa es la cuestión. De nuevo surgen dificultades y diferencias de criterios y propuestas, no del todo compatibles entre sí. Se llega a considerar la conveniencia de dejar de lado las emisiones dominicales, y, en su lugar, montar conexiones especiales en tiempos determinados del año, por ejemplo: los últimos domingos de febrero, marzo y abril -fuera de tem– poradas deportivas- sobre temas de interés universal, «de costa a costa», en relación con la vida religiosa. Alguien objeta que esa solución equivaldría a dar dos o tres partidos de beisbol por años y luego, que los afi– cionados se las arreglen. Un experimentado en emisiones religiosas y distribuidor de programas de esta índole cree haber comprobado que tales sesiones de servicios religiosos actuales son buenos y agradecidos para los respectivos afiliados, fieles e incondicionales. Los indiferentes dan la vuelta al conmutador. En resumen, se aceptan estas conclusiones y planes de acción. En su enunciado ya se pueden ver la contrapartida y la dificultad. 1- Los programas religiosos deben ser profunda y exclusivamente espiritualistas. La gente echa de menos y exige que el espectáculo religioso sea «inspiracional»,inspirativo, sugerente de lo divino. 2- Todas las confesiones debieran coincidir en alguna obra común. 3- La acción religiosa debe acercarse cada vez más a la cuestión social y a la situación sicológica predominante. 4- La mezcla del mensaje religioso con anuncios de otra índole no es oportuna ni provechosa. Sólo en segundos no es posible proponer un men– saje serio. 5- Hay que echar mano de clérigos y laicos preparados, además de acudir a expertos y técnicos en publicidad, propaganda y relaciones públicas. 4l5

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