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hay que puntalizar si en materia religiosa ha de ser utilizado como servicio público, y tener siempre presente que se trata de un medio visual, no verbal ni oral exclusivamente, y que su mensaje es espectáculo, no oratoria. Esto le acerca a la dignidad y la capacidad de posesión de las artes plásticas. No fue tarea fácil para los Obispos. Para unos, porque apenas han usado el medio de la televisión, aunque la admiren; y para otros porque no le han prestado aún la atención y el interés que merece este medio de comu– nicación, de fascinante y próximo futuro. Las reacciones prelaticias ante la inmediatez de los medios de comunicación social se podrían graduar así: Exclamaciones corteses, benevolencia, vivo interés, entusiasmo incondi– cional. No hay que olvidar que el fantasma de la «secularización» sigue siendo todavía eso: fantasma. Uno de los expertos, seglar y entrenador profesional del curso, declaraba con desparpajo sobre sus excepcionales discípulos, los obispos: -A estos muchachos se les ha abierto un amplio campo de ideas y sugestiones; y están poniendo el máximo interés en dedicarse a aprender el funcionamiento del nuevo mundo de la televisión. Otro magnate de la publicidad y de la propaganda resumía ante los Obispos: -Nosotros anunciamos a veces un producto que nadie requiere. Y empleamos en ese negocio cientos de millones de dólares. Ustedes poseen un producto que todos necesitamos. Hasta qué punto van a variar y perfeccionar los eclesiásticos sus posi– ciones respectivas es lo que hay que ver, así como calibrar en qué grado les influirán estos contactos personales y, diríamos, mecánicos con los medios de comunicación. Esto es un principio. La Iglesia tiene fama de moverse con cautela y sensibilidad de aparente glaciar en las areas críticas. Pro– bablemente en el uso por parte de la Iglesia de los medios de comunicación social no entrarán nunca la exhibición ni mucho menos la inducción a la violencia, el incentivo unilateral del sexo, el desorden, el escándalo ni la glorificación de la discordia. El hecho que salta a la vista es que, una vez que la Iglesia católica se enfrenta cordialmente con estos temas, el futuro in– mediato espiritual de los Estados Unidos no ha de ser del todo igual al que esperaba o temía hasta ahora. La Iglesia americana piensa en Cristo: imagi– na y reconstruye en lo posible la imagen de Cristo y la acción de Cristo para esta sociedad y estos individuos que se diferencian bastante de las gentes de los tiempos apostólicos. Busca la mirada, el gesto, la acción y la trascenden– cia de un Cristo nuevo, temporal, por eso mismo que agente perdurable en la inteligencia, en el dinamismo divino y en el amor. Es decir: dentro y fuera de cualquier hombre de hoy. 433
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