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se hayan propuesto penetrar en ella, y lo hacen con modesta intención de aprendizaje. Podían advertirse diversas reacciones. Unos procedían con curiosidad y familiaridad juveniles y como niños ante maravillosos juguetes. Otros se comportaban como condescendiendo benévolamente a enfrentarse con teorías y aparatos fuera de su campo habitual de referen– cias. No faltaban los que trataban de disimular cierta reserva en inhibición, sobresalto y esfuerzo notorio para acomodarse a la nueva experiencia, que todos unánimes agradecían. Uno de los Obispos confesaba: -He aprendido o por lo menos comprobado prácticamente que en la palabra escrita para la prensa e incluso en la que se prepara y pronuncia para la radio, hay más control de esa palabra. Pero en la televisión, una vez que abres la boca, ahí queda la palabra dicha y gesticulada, ahí está resonante y contemplada. A medida que los Obispos actuaban ante las cámaras, inmediatamente veían su propia imgen y recibían las advertencias oportunas de técnicos y especialistas sobre las cualidades y defectos verificados. Se les daban las in– strucciones para corregirlos, y, sobre todo, acerca de cómo presentarse me– jor y emitir adecuadamente su «palabra y acción» pastorales. Tenían que hacerse cargo de cómo funciona una estación de televisión -todos ellos ya las tienen en sus diócesis tanto para la labor religiosa como para la enseñan– za y entretenimiento en general-; cómo hay que hablar y leer ante la cámara; dar mucha importancia a su comparecencia ante el invisible público televidente, mostrándose natural, descansando y sin envaramientos hieráticos; lo importante que es afrontar serenamente, casi fríamente, las cuestiones controvertidas en mesas redondas y tribunas abiertas, y en las conferencias de prensa donde el tiroteo de preguntas ante el entrevistado se cruzan de un lado a otro. De todo esto aprendieron y practicaron los Obispos. Se sometían a las críticas inmediatas no sólo de los técnicos y peritos, sino también de los otros Obispos. Jóvenes y mayores se turnaban para ser discutidos, analizados, discutidos y calificados. Como suele ocurrir a cuantos se oyen y se ven a sí mismos actuando en la pequeña pantalla, la mayoría de los prelados manifestaban cierta extrañeza, quizá decepción, al comprobar que no «eran» tales como se creían, y no demostraban excesiva satisfacción acerca de los rasgos de su imagen y de sus maneras. Hubo que corregir a casi todos con respecto a la naturalidad -en la que son maestros los presen– tadores americanos- y se invirtió gran parte del tiempo en que aprendieran a mostrarse con sosiego, espontaneidad y buen aire en sus intervenciones televisivas. La cuestión principal sigue siendo el precisar el puesto que han de ocupar los medios de comunicación social en el cuadro íntegro del ministerio pastoral, de los Obispos, de los sacerdotes y de los laicos especialmente preparados. Se ha hecho hincapié en la televisión, y en ésta 432
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