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indivisibles en Cristo y sus cristianos. La creación artística y sentimental ocurre, más que cuando se vive el hecho, cuando se recuerda. Desde luego que nada es superior en plenitud humana y sobrenatural a la consciente y actual vivencia de la realidad, como en este caso es el hecho íntimo y visible, incruento y sagrado de co– mulgar a Cristo. Mas es cierto también que, en otro plano, la devoción ra– cional y estética, fruitiva y transcendente puede y suele ocurrir en ese misterioso «volver a vivir,>) que son el recuerdo y la rememoración in– spirativa y, de alguna manera, creativa de toda experiencia espiritual. Lo maravilloso para el alma católica es que en ambos hechos-porque son hechos-la recepción vital íntegra y la conmemorativa ocurren simultáneamente. Y en el sacerdote, además, como acto creativo-valga la apropiación de este término de arte-de hacer sacramento. El éxtasis sacer– dotal se triplica. Y sobrevienen las escenas: «¡Oh Sagrado Convite en el que se sume a Cristo!» Iglesia del Sagrado Corazón en un barrio negro de Nueva Orleans, cuna del jazz. Su feligresía católica de color llena el templo, y canta y gesticula seria y rítmicamente sus «espirituales.>> Se hace el silencio y se reparte la comunión. Dientes de brillo estelar y ojos de marfil aceptan agradecidos la donación de la Divinidad y de la Humanidad, humanidad como la suya, en la grácil Forma, que se im– pregna de saliva y aliento. Y ahora de otra manera: la santa hostia es recibida por manos del todo litúrgicas, blanquinegras y rosadas. Es gesto de elegir y comer. «Se venera la conmemoración de su Pasión.>> Al borde de un prado, de terciopelo auriverde, se levanta la nave de una iglesia presbiteriana en la Nueva Inglaterra. Alrededor, las acogedoras casas, de tejados a la holandesa, repiten interiores puritanos y calmosos. Los bosques otoñales deben aparecer, a vista de pájaro, como jardín de colores del mejor pintor de septiembres. Reza y contempla la aguja gris, simplicísima, sin encajes ni calados; y su discreta campana, hermana de todas las espadañas de las mi– siones de California, ha sonado para el servicio religioso. Se recibe con austero recogimiento y lentos himnos de Bach, el Pan del Recuerdo de la Dltima Cena y del fraternal Amor del Señor. «El alma se llena de Gracia.» Quinta Avenida. Multitud espiritual y agraciada se desliza hacia su catedral de San Patricio; y en la iglesia or– todoxa de la Santa Sabiduría, en Miami, compiten estilos de Oriente y Oc– cidente. Lucen en cada templo respectivamente presbiterio e iconastasio, sagrario y ofertorio. Una estatua, sansulpiciana, de Pío XII recibe a las gentes católicas en San Patricio; y el viejo gris gótico y las novedades vestuarias de la Quinta configuran el gentío. En la Santa Sabiduría de Miami, el sol, el rojo, el azul y el verde del Caribe y de la Ortodoxia se refle– jan en los rostros vivaces de los griegos y de sus rebrotes americanos. «Y se nos da prenda de la Gloria futura.>> Aquí, allá, en cualquier par– roquia o capilla, al borde de urbanizaciones bien y barrios no tan bien, bulle el pueblo de Dios. Las claras gentes juveniles, desbordantes de alegría-esa 41

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