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ciones, la prensa católica se ha venido convirtiendo en instrumento de disen– sión y parece que intenta destruir la verdadera Iglesia y lo que ésta fundó y ha hecho progresar. El criticismo, tan exaltado y difundido, está destruyen– do más que edificando. Su inspiración no parece la del Papa, precisamente. Bastantes obispos se ven influídos o atemorizados por los disidentes, y dedican más atención a los «rebeldes» que al Papa y a los rectores y teólogos leales a la Iglesia. ¿Cuáles son las causas hechas públicas de esta desazón de la prensas religiosa? Son muchas y obvias, y casi las mismas que fuera oe los Estados Unidos, entonces y ahora. En primer lugar se aduce la falta de sensibilidad para los valores sobrenaturales. Luego, se ha instalado, tras la indiferencia, la hostilidad viva, pero imperceptible, hacia la doctrina a fuerza de hacerla tan con– trovertible y comentada. Esto ha ocurrido después de hablar tanto de sacralización del mundo y a la vez de la desacralización y desmitificación de lo espiritual y divino, de sus estructuras visibles, y, en consecuencia, ha disminuído el interés por sus medios de expresión, de misión y de pro– selitismo. Ha surgido la fascinación por lo secular y profano. No se puede excluir como causa la poca amenidad y las imperfecciones técnicas y profe– sionales de las publicaciones religiosas. Pero he aquí lo curioso. No son esas las causas que en concreto se toman en cuenta como más represtativas de la crisis actual. Los cenáculos religiosos ponderan estas otras dos que vamos a consignar y que por su misma extrañeza pudieran ser más significativas. Es la primera el caso fácilmente comprobable de que, desde el Con– cilio, la prensa secular, no confesional y a veces del todo ajena a la men– talidad y vida religiosas, parecen ofrecer informaciones más objetivas, me– jor expresadas, asépticas y más difundidas que la prensa confesional católica. No es raro encontrar más exactitud en las referencias a ideas y hechos religiosos, y desde luego menos virulencia controversista en la pren– sa laica -en el sentido antiguo del calificativo- que en la instituída y con– fesional. En conjunto, como buen síntoma, asistimos al hecho de que la realidad religiosa, preferentemente la católica, se ha intensificado como noticia periodística. Su mundo es hoy más noticiable. No faltan aquí quienes consideran este fenómeno como expresión de glacial indiferencia, de exhibición de cajón de sastre de la mundanidad y de empleo de tácticas, tretas y concesiones maquiavélicas para minar la prensa religiosa. Bien pudiera ser. En todo caso un sencillo americano decía: Puesto que la prensa seglar cumple bien su oficio en muchos casos con sus informaciones y reportajes católicos, ¿para qué necesitamos los periódicos diocesanos y parroquiales? Es obvio que este punto de vista es refutable y expresa un leve malhumor. Pero esa reacción se hace todavía más comprensible en cuanto 425
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