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entre comunicación y liturgia, si se tienen en cuenta el significado y vicisitudes de tal Decreto y tal Constitución en los afios recientes. De inmediato, insistamos en que Dios es noticia. Aceptado que existe crisis religiosa, el tema divino es traído y llevado con tanto mayor interés cuanto más frecuentes e intensos sean sus aspectos críticos. En el mundo oc– cidental cristiano, la búsqueda de una nueva actitud ante lo divino ha aflorado en los últimos decenios por el Concilio Vaticano II, y se ha mezclado en el torrente de las corrientes de los medios culturales y de divulgación. Esto no quiere decir, de por sí, que haya, una mayor religiosidad, aunque lo pueda insinuar, y naturalmente a ello tiende de por sí. No cabe duda, de todas maneras, de que están sucediendo contrastes de ideas, investigaciones, contagios, revisionismos y movimientos religiosos de signo vario. La exploración y la ampliación de los contornos espaciales, ya a nuestro modesto alcance mental y práctico, producen un doble efecto: nos concentran más en el reducto de nuestra tierra y de nuestro yo, y, a la vez, nos lanzan a las dimensiones «celestes», en los dos sentidos, el de lo cósmico y el de lo divinal. Estos acontecimientos son puestos a nuestro alcance, no sólo con la gravedad del libro, sino con la versatilidad de los medios de com– unicación social, que nos sirven a diario la actualidad de Dios. La encruci– jada del hombre de ahora coincide con esta apertura de Dios. Es ocasión de recordar el conocido pronóstico orteguiano «¡Dios a la vista!» y el ilustre apotegma de los teólogos»; «Deus semper majorn: Dios siempre es más. Al hablar de periodismo científico no nos referimos al cúmulo de revistas y periódicos especializados, incluidos los más sencillos boletines de divulgación, sino estrictamente al diarismo: a la prensa que informa, sucin– tamente y sobre la marcha, de las ideas, descubrimientos, personajes y hemos diversos de la ciencia, cuya noticia requerimos y aceptamos con la misma avidez, con que ingerimos nuevas acerca de la política, de la paz y de la guerra, de los deportes, de los espectáculos, de los hechos policiales, de los pronósticos del tiempo y del espíritu, y de las crónicas de sucesos de co– loración negra o amarilla. De hecho no hay ciencia del espíritu, de la naturaleza y hasta del trasmundo que no tenga su sección en cualquier diario, por provinciano que sea. Las ciencias que parecen tener mayor for– tuna en el periodismo científico y que más excitan nuestra curiosidad e in– terés informativo son la astronáutica, la biología y la medicina, la física y la mecánica, la técnica del bienestar y la misma cosmética. Por supuesto, no falta la noticia religiosa, a la que, en sentido amplio, pudiéramos llamar teológica. Esto ocurre en Norteamérica en proporciones masivas. los noticiarios más o menos religiosos, perdidos en la información general y cotidiana, son una de las causas que en Estados Unidos señalan los prelados como deter– minantes de la relativa decadencia de la prensa católica y oficial, ya que constituyen tales notociarios una competencia informativa e informal que en el mismo campo religioso le hace a esa prensa religiosa la otra, la aconfe– sional, profana e inevitablemente sensacionalista. Lo religioso es hoy pasto 423
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