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veces de crudeza, de paradisíaca desnudez. Esa crudeza es fruto de responsabilidad. Los teólogos son los primeros en reconocer lo arduo de su cometido. De un lado viven en una especie de torre de marfil de su elevada y prestigiosa profesión y acaso implicados en la práctica ministerial, en contacto con las almas. En uno y otro campo el teólogo está regido por la «demanda»: demanda de los hombres que buscan a Dios, y demanda de los creyentes que buscan la inteligencia de su fe, a través de la cual se descifra la demanda del Espíritu de Dios que quiere habitar la razón de los hombres. En una palabra, su profesión de estudio puede entrar en colisión con la divulgación, en apariencia volandera y superficial, del periodismo. Tanto más razón entonces, para que trate de convertirse, como lo está haciendo, en testigo, compafíero y colaborador en el campo de los medios de comunicación social. Es un gallardo desafio, con los riesgos consiguientes. EL NOMBRE DE DIOS EN VANO En la religiosidad nortaemericana se observa especial cuidado en el uso del nombre de Dios. Ello es más perceptible en la comunidad judeo– cristiana, que tiene presente el mandamiento de la Ley: «No tomarás en vano el nombre de Yahveh, tu Dios». Por otra parte es costumbre universal el desear verbalmente la ben– dición de Dios -God bless you!- en todas las relaciones de la vida pública y familiar, en cualquier situación ordinaria o solemne, al final de conversa– ciones, de acontecimientos deportivos, en intervenciones religiosas y políticas, como expresión de buena voluntad y de gratitud gozosa, de afecto familiar, amistoso e incluso conc!liatorio en las discusiones o pequefías diferencias. Y siempre con cierto aire de oración y plegaria. Lo dice el pobre, reconocido por un detalle de humanidad, igual que la actriz de un espectáculo, que hace volar de su mano un beso para su público, o el can– didato nominado para presidente con los brazos abiertos y alzados para cor– responder a los delirios y aclamaciones de sus incondicionales de tal o cual Estado de la Unión. Al fin y al cabo, entre sus lemas nacionales que tanto se exhiben, figura impreso en sus monedas el Nosotros confiamos en Dios - We trust in God-. Son gente y nación transidas de realidad divina. Por eso mismo, personas sensibles y delicadas para usar el Nombre, reconocien– do su honor, y sin que éste se resienta por la frecuencia piadosa. Aun en su lenguaje «profano», que puede llegar a significar «blasfemia», no men– cionan lo divino, sino «el infierno» -hell- que tiene sentido más radical que en las lenguas latinas. Sobre esta apacible normalidad del pensar y realizarse la vida espiritual cristiana de este país, han ocurrido los mismos fenómenos eclesiales que en las otras comunidades del mundo, y singulamente las vicisitudes del pensa– miento teológico europeo, con sus corrientes de análisis, juicios, esperanzas 420

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