BCCCAP00000000000000000000550

a la gran esperanza del género humano y a los designios divinos. Nunca se ponderará bastante esta llamada urgente del Decreto a los laicos para penetrarse de la viviencia de estos procedimientos técnicos de difusión, que han venido haciéndose cada vez más absorbentes. Es curioso observar cómo, releyendo y meditando ahora el Decreto sobre los Medios de Comunicación Social, su espíritu se nos ha decantado hasta hacerse casi sacramental, a la vez que la incursión de los Medios de Comunicación Social en nuestra civilización, en la calle, en los hogares, en nuestros sen– tidos y en nuestros templos, ha conquistado un plano estruendoso y alucinante. Quizá estemos cerca de un nuevo especial Sinaí donde ya se está verificando la constatación de Patrick Fannon: La teología es un asunto demasiado serio para que quede solo para los clérigos. En todo caso, los medios de comunicación social caen de lleno en ese fenómeno, «único factor constante que ha sido dominante en la vida moderna»: la secularización, cargada de signos positivos, como resalta Karl Rahner: El mundo secular, en cuanto secular, tiene una íntima misteriosa profundidad en todos sus misterios terrenos desde el nacimiento hasta la muerte, mediante el cual, por la gracia de Dios, está abierto a Dios y a su incomprensible infinito amor. (El Cristiano en la plaza del mercado). Así fue entendido y aceptado en el catolicismo norteamericano la publicación del Decreto: con normalidad y como legitimación cristiana y evangélica de los conceptos y prácticas viviclos en su comunidad. Precisamente por entonces y con ocasión de esta actitud inicial del Vaticano II respecto a la prensa y demás, medios, no era raro escuchar de labios eclesiásticos y religiosos estas advertencias: No debe producir demasiada exaltación el actual Concilio, ni precipitar clamorosas manifestaciones. Cierta apertura en la liturgia, en la confor– tabilidad y utilización de la instrumentación técnica moderna y en la ad– misión de algunas costumbres de nuestro vivir americano, que alcanzará quizá a otras comunidades religiosas, será fácil que ocurra. Una especie de superficial «americanización» de usos, modas y espectáculos, y par– ticularmente en los medios de comunicación social se intensificará en comu– nidades católicas de Europa y otros continentes. Esto no quiere decir que no se produzca en otros campos, como en el de las ideas y las conductas la ex– presión de actitudes conciliares desisorias, que obviamente quedarán ahí con efectos retardados. La difusa «revolución» de los años sesenta y setenta, y la perceptible 414

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz