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generación, tanto dentro como fuera de sus fronteras. Desde luego hay movimientos juveniles en los viejos cuadros europeos que probablemente son más vivaces, profundos, radicales y revolucionarios. Pero en ellos hay cautela, cierta zozo\tra, misticismo, resentimientos e inmensa generosidad en la juventud europea. Características que no concurren, de igual manera, ni en el mismo grado, en la sociedad norteamericana, donde la juventud es meramente juventud, con una movilidad y esencial progresismo que surge de raíces no muy remotas: sus múltiples raíces étnicas. Este complejo de et– nicismos crea una situación diversa que precipita la supuesta crisis que acontece en Estados Unidos en estos años de los ochenta. Lo señala así el cubano Francisco José Moreno, profesor en Ciencias Políticas en la Univer– sidad de Nueva York: Los profesores Nathan Glazer y Daniel Moynihan demostraron ya en 1963 que la integración de estos grupos diversos en una nación uniforme y monolítica, a la usanza Wasp, como predecía la propaganda de aquéllos en el poder, era más mito que realidad. Estos grupos tienden, aun cuando cambien su lengua y algunas de sus costumbres, a conservar ideas y orientaciones psicológicas, que no se encuadran en los marcos establecidos por las ideas y las instituciones de los anglosajones, protestantes, blancos. Aquí es donde radica el meollo de la crisis actual en Estados Unidos. El país ha llegado a un punto en su devenir histórico donde sus instituciones políticas tradicionales y su acompañante ideológico no son ni aceptadas ni comprendidas por una parte de la población que va en rápido camino de con– vertirse en mayoría. En esta profundidad de las conmociones espirituales de la juventud anglosajona y la de las demás etnias que coexisten, se confrontan, se asimilan a la vez, está el origen de la movilidad en la supuesta crisis de la sociedad norteamericana de los ochenta, crisis que moral y religiosamente al menos, puede ser positiva y desde luego interesante. Es aquí donde los medios y las iglesias entran en colaboración para revitalizar sus mensajes. Lo exponía así recientemente al político español José María Areilza, con relación a la Iglesia Católica: El progreso no es, en sí, bueno ni malo, sino el resultado de la in– ventiva del hombre científico, investigador y del hombre tec– nológico, pragmático y aplicante, frutos de la cultura moderna occidental, originada en el Renacimiento. Pero junto a esos fac– tores, científicos y tecnológico, está la inmensa capacidad de adaptación humana al cambio y a la evolución. De ahí la fe que tenemos en la utilización del progreso para adaptarlo al servicio de los principios y valores supremos del hombre, evitando que 411

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